El nostálgico recuerdo que ha dejado la presencia soviética en la isla caribeña es el tema de «Los rusos en Cuba», documental entrañable e irónico que acaba de finalizar el director cubano Enrique Colina y se emite este martes por el canal francés Histoire.
En 1991, la Unión Soviética desaparece y pasa la página a tres décadas de estrecha colaboración en todos los ámbitos con la Revolución cubana. El desmoronamiento del «aliado inquebrantable» da paso al llamado «periodo especial». El contraste, para los cubanos ahora mayores de 40 años, es algo inolvidable. Los recuerdos son intensos y dispares.
Desde el periodo de escasez del principio de la Revolución, «la ayuda soviética fue importante y permitió que se hicieran muchas cosas positivas como el desarrollo de la educación, la salud, un estado de justicia social grande», declaró Colina a la AFP en París apenas terminado el documental.
Conocido por sus documentales acerados y por sus programas de cine en la televisión cubana, además de una participación en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes en 2003 con su largo de ficción «Entre ciclones», este director de 64 años propone un abanico de testimonios sobre esa época, de la gente de la calle, de artistas, escritores, humoristas, periodistas, traductores de ruso.
La gente lo que recuerda ahora son las latas de almejas «del Comecón», las conservas de carne rusa, leche en polvo, compotas, televisores, camiones, las películas rusas que no gustaban, aunque algunas marcaron, como «Cuando pasan las cigí¼eñas» («Pasaron las grullas»), los cantos, el ajedrez. «Había de todo y no supimos aprovecharlo», completa un hombre en el documental.
A los soviéticos los llamaban rusos y sobre todo «bolos», según unos por el nombre «Volodia», otros por «bolcheviques», pero la mayoría lo atribuye al lado macizo y rústico de los camaradas, muy alejados de la exuberancia caribeña. «Hacían las cosas para que duraran», sentencia un eufemista sonriente.
Los matrimonios mixtos y sus hijos, los «agua tibia», esa lavadora rusa que ha sobrevivido a un vuelo «espacial» en plena bronca doméstica y ahora más que lavar tritura la ropa, o el ventilador «Orbita», más conocido como «el caminante» por sus enérgicos desplazamientos, el perfume «Moscú Rojo», la «playita de los rusos», con su mercado y su bar reservados, donde los niños cubanos se ganaban unos dineritos vendiendo estrellas de mar a los amigos extranjeros.
Los grandes momentos de la historia o la actualidad política puntúan el documental, pero el cineasta se centra en las huellas concretas que ha dejado la presencia soviética en la isla, de hasta 23.000 militares en 1962.
«Con este documental quiero hacer un rescate de la memoria del hombre de la calle en contraposición con la representación oficial, donde están desde las visitas de los dirigentes, la celebración de los congresos, los actos militares y los desfiles del Primero de Mayo, donde está el hieratismo, el acartonamiento de ese sistema que se importa artificialmente y le quita a la Revolución cubana el carácter innovador, fresco, espontáneo que tenía al inicio», explica Colina.
«Se habla del internacionalismo proletario, pero el sustrato era el interés de los rusos por tener un punto estratégico pegado a los norteamericanos, más la representación que podía significarles tener a Fidel en el Tercer Mundo, y Cuba estaba comiendo de ello», afirma.
Pregunta inevitable, a la vista del documental, ¿qué ha sido de una ayuda de tal magnitud? El cineasta no elude la cuestión.
«A mi juicio, no estaba justificado que Cuba hubiera sufrido la situación de penuria económica tan grande cuando desapareció la Unión Soviética. Me parece que hay factores de mala administración, que no son imputables a los norteamericanos solamente -como el bloqueo, que hace daño-, factores internos que resultan de una inoperatividad económica del sistema», reflexiona.
Esta producción francesa de 52 minutos, concebida antes del reciente acercamiento de Rusia a América Latina, recalca Colina, se programa el martes 6 de enero en el canal Histoire y el 19 de enero en el canal caribeño francés RFO.
Colina no pierde la esperanza de hacer una versión más larga, e incluso una serie, con los elementos que ha dejado de lado, y apunta la idea de una exposición en el Museo de Bellas Artes de La Habana con obras de los artistas cubanos que interpretaban la sovietización del país.
«Esta relación es surrealismo latinoamericano, esta relación sí que es surrealismo», murmura con una gran sonrisa.