La libertad de opinar públicamente sobre nuestra sociedad, como un ejercicio democrático, resulta un derecho muy limitado. Esta libertad ha sido mediada y controlada casi exclusivamente por nuestra conservadora élite empresarial. Además, dicho sector ha ejercido la libertad de expresión a su gusto y conveniencia, mediante el ejercicio de la «libertad de empresa», que es la que en la práctica determina la utilización de los espacios masivos de comunicación.
Los monopolios y oligopolios en la propiedad de los medios de comunicación han sido el impedimento principal para que la ciudadanía, en especial los sectores populares, puedan expresar su crítica y su disensión.
Las cúpulas de poder económico en el ejercicio de «libertad de expresión», gracias a la «libertad de empresa», tienen carta abierta para transmitir su ideología a la población, así como para ejercer la «libertad de insulto». Para muestra leer la columna del actual presidente del CACIF, quien nos llama «trogloditas» y nos envía mensajes de «búsquense un chance decente» a quienes promulgamos la Reforma Agraria Integral y la soberanía alimentaria para nuestros pueblos (Prensa Libre 02/10/07 – por si acaso). O pídanle a Dionisio Gutiérrez copia del programa Libre Encuentro, con el ex embajador venezolano, y vean como se refiere a él y su Gobierno. O como es juez y parte en los debates e interrumpe cuando no coincide con las posiciones. O como tilda de «payasos» a los gobiernos sudamericanos de izquierda en las columnas que publica en diferentes medios.
Difícilmente podría cualquier comentarista expresarse así y mantener su espacio en los medios. Porque por supuesto, ni somos dueños ni ejercemos una fuerte influencia en los medios. Pero la pregunta es: ¿esta forma de libertad de expresión, es realmente democrática?
Pienso que no. Sin embargo, nuestra sociedad está empezando a ver cambios. Los países del continente tienen otra correlación de fuerzas. La lucha por el derecho humano a la comunicación, y por la democratización de los medios, impulsada por grupos de la sociedad civil, incluso con la presencia en el país de relatores de la libertad de expresión de organismos internacionales, pareciera que ha dejado resultados. Ahora podemos ver en las columnas a comentaristas de más diversos sectores, académicos y periodistas con nuevos enfoques, a grupos sociales y a nuevas generaciones que hacen nuevos contrapesos.
Aún falta mucho por cambiar, pero este avance es esencial en la búsqueda de una verdadera democracia. A la población también nos corresponde tomarnos la palabra y hacerla valer. Debemos exigir nuestro derecho de opinar y disentir, lo cual también requiere demandar el libre acceso a la información y la investigación; que nos ayuden a opinar con responsabilidad.
Es por esto que decidí tomarme la palabra en este espacio semanal de La Hora. Agradezco a este vespertino la oportunidad y la apertura a nuevas voces.