Nos quieren ver la cara de pendejos


Los polí­ticos nos tienen tomada la medida a los guatemaltecos y lo demuestran las estúpidas excusas que han dado los polí­ticos para justificar la forma en que una Casa de Bolsa de manera tan liberal les sitúa fondos en sus cuentas bancarias. La explicación del dirigente del Partido Patriota, Otto Pérez, diciendo que los 600 mil quetzales que le situaron eran un préstamo se derrumbó el mismo dí­a porque los responsables de Mercado de Futuros se dieron cuenta que podí­an ser procesados por el delito de intermediación financiera y se apresuraron a decir que ellos no daban préstamos a nadie.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Pero para Rubén Darí­o Morales, quien inicialmente no pudo recordar nada de los 300 mil quetzales que le fueron depositados en su cuenta, de pronto se hizo la luz y él también dijo que era un negocio privado, algo así­ como un préstamo, que habí­a hecho con los señores de esa magnánima empresa que, por lo visto, tiene tantas ganancias como para tirarlas a manos llenas.

Suficiente es saber que los polí­ticos no se contentan con sus sueldos y que además se dedican a jinetear dineros públicos o a recibir mordidas como para que, de ajuste, nos quieran ver la cara de babosos a todos los ciudadanos con excusas pueriles sobre manejos financieros que son, por lo menos, altamente sospechosos y que no se pueden escudar en una alegada privacidad de las operaciones ni mucho menos en el cacareado secreto bancario.

Toda persona pública está expuesta a un escrutinio constante de la población y tiene que tener respuestas lógicas y congruentes para las dudas que puedan surgir. Alegar negocios privados en áreas que evidentemente tienen que ver con el desempeño de sus funciones públicas es deleznable por completo y sólo sirve para que aumente ya no el desengaño de la gente, porque a estas alturas pocos son los que puedan sentirse engañados si es claro y evidente el comportamiento de nuestros polí­ticos, sino el notorio malestar de la población.

Hace algunos dí­as comentaba yo cómo no hay conversación en la que no salga a tema el escándalo del Congreso y el comportamiento de los diputados con un colofón que es siempre el mismo: al diablo con el Congreso. No escucha uno voces en defensa de la institucionalidad democrática porque los mismos polí­ticos se han encargado de sepultarla y debiéramos ver los ejemplos de varios paí­ses latinoamericanos en los que han surgido fenómenos peculiares que se explican simple y sencillamente porque la población termina hartándose de sus mal llamados dirigentes tradicionales y se encandila con cualquiera que desde afuera articule un buen discurso de denuncia contra los sinvergí¼enzas.

La mezcla ahora en el paí­s es explosiva, porque el pueblo cuyo comportamiento hace pensar en sangre de horchata en el colectivo social, siente ahora también que le aprieta el zapato por la crisis económica y lo que no le hace reaccionar por el descarado cinismo de los polí­ticos, puede expresarse ahora con mayor furor por las complicaciones que golpean su bolsillo. Y la mezcla puede ser devastadora porque este paí­s tiene antecedentes en los que se ve que la indiferencia se acumula para explotar periódicamente en manifestaciones de tal magnitud que, como decí­a Manuel Galich, hasta permiten pasar del pánico al ataque.

No es descabellado pensar que los escándalos que diariamente ofrecen los diputados están sepultando el modelito inaugurado en 1985. Alguien tiene que salir al rescate de la institucionalidad, quizás planteando inclusive un borrón y cuenta nueva, porque al paso que vamos se agotan las propuestas que tienen que pasar por el consenso de la clase polí­tica.