¡Uf, qué calor tan sofocante el que venimos sintiendo desde antes de la Semana Santa! ¡Y qué problemas tan agobiantes los que nos provocan los precios que poco falta para que se eleven hasta las nubes! Nos llueve sobremojado, no cabe duda.
Estamos más que fritos, refritos con el ajobo de la inflación incontenible que, al parecer, está a distancia estelar de desinflarse. Pensamos que, al menos en parte, son los sabihondos asesores de Tía Coneja los principales responsables ante el pueblo respecto del agravamiento de la situación imperante que más y más se torna insoportable. En cuanto a los combustibles, como es del conocimiento de los miles y miles de conductores de vehículos automotores que zumban por todos lados, se ha producido un «sube y sube», en vez de un razonable o justo «sube y baja» como no hace mucho tiempo ocurría. Pero no sólo los combustibles están volando alto, sino también el frijol, el maíz, el arroz, el azúcar, los tomates, las papas y, en realidad, todo, todo, toditito lo que consumimos cotidianamente en este istmeño país primaveral… La que sí está barata es la muerte que estilan y generalizan los criminales, aunque no los funerales. Estos asimismo deambulan en el firmamento… Existe una problemática general que nos está sacando de quicio cada día que pasa; ¡y no es cuentote hadas! Juan pueblo está frunciendo el ceño porque ya no aguanta con la pesada carga en el camino hacia el Calvario. Está muy ceñudo el golpeado Juancho, recalcamos. Empero, durante la Semana Santa unos millones de mortales (hombres, mujeres y niños), se supone que gozaron de lo lindo en los balnearios del norte, del sur, de oriente, de occidente, del nororiente, del suroriente y, también, en los establecimientos citadinos donde se expende alegría embotellada y abundan las muchachonas jacarandosas… En marcado contraste, en la capital y en otras ciudades del país estuvieron muy solemnes y multitudinarias las procesiones que recorrieron calles y avenidas dando elocuente y significativa expresión a la fe cristiana. Se pudo apreciar a todo un pueblo católico desfilando y presenciando desde las aceras, desde los balcones y desde las terrazas de las casas el paso de la venerada imagen de Jesucristo y de su corte celestial… El ministerio de Economía debe controlar lo que está sucediendo en el mercado, a nivel nacional, porque a medida que se complican las cosas de referencia se agudiza la pobreza de los obreros y de los trabajadores del campo con las consiguientes complicaciones en el seno de las familias. Las medidas de atención a la pobrería que, contra viento y marea ha principiado a tomar el gobierno de don ílvaro Colom, indudablemente alivian algo, un poco, las tremendas pesadillas de la gente de escasos recursos económicos, pero difícilmente resuelven la problemática. Simplemente calman el hambre algunos días, no todo el tiempo, cabe enfatizar… Lo deseable y procedente sería ir al fondo de lo que ocurre desfavorablemente para el mayoritario sector del pueblo que se encuentra punto menos que indigente. Una reforma agraria sería el remedio eficaz para el campesinado, pero infortunadamente ya no existe suficiente tierra del Estado (incluida la de las municipalidades) para ser distribuida; entonces habría que recurrir a la de los terratenientes empleando muchísimas millonadas. Ahora bien, los propietarios de las fincas del agro a lo mejor no estarían en disposición de deshacerse de tales heredades y, en el supuesto que se les obligare a entregarlas por fas o por nefas podría ocurrir una fiesta brava como la que sacó de la parranda revolucionaria al coronel Jacobo Arbenz… La temática agraria es difícil de enfocar en breves líneas. Lo que sí debemos decir es que el contexto inflacionario es el que puede y debe tratarse con urgencia y realismo, ya que sindicalistas, políticos partidistas y otros grupos sociales que pescan en ríos revueltos están tomando, incluso haciendo gala de abuso y no sin violencia, lo que ellos llaman «medidas de hecho»… Ya hemos visto cómo vienen reaccionando algunos de los mencionados grupos azuzados por líderes desbocados, desenfrenados y anarquizados, quienes irrespetando a la autoridad constituida y la ley, entorpecen calles y carreteras provocando verdaderos caos y perjudicando la vida activa de producción, incluso debilitando la gobernabilidad.