¿Nos derrotará la violencia ?


Se habla ya de Guatemala en el exterior como una sociedad enferma, y como paí­s ya nos convertimos en una gran nota roja cada vez que los medios de comunicación extranjeros hablan sobre nuestra nación. Los descarados asesinatos de pilotos del transporte urbano, los secuestros, asaltos y la violencia generalizada se han enraizado en nuestro paí­s mostrándonos al mundo como una sociedad disfuncional que está perdiendo la esperanza y las posibilidades de construir una nación digna donde todos podamos vivir.

Guillermo Wilhelm

En Europa han llamado a nuestra patria «Paraí­so de Asesinos». Lo más preocupante, absurdo y peligroso es la realidad publicada hace unos dí­as por un matutino del hecho de que nos estamos acostumbrando, y la razón se debe a que la violencia ha dejado de ser desde hace varios años, una variante, logrando convertirse en una constante que sigue creciendo y diversificando su expresión en todas sus modalidades.

Hace algún tiempo nos horrorizó el hallazgo de cabezas y toda clase de miembros, o el asesinato e incineración de los diputados salvadoreños, hoy eso ya no nos resulta tan novedoso al seguir viendo lo mismo con lo sucedido a los turistas nicaragí¼enses en la carretera al atlántico. No cabe duda que estamos perdiendo la dirección como paí­s, reemplazándola por un panorama que nos distingue como a una sociedad aislada y desconfiada.

El mayor peligro de la violencia en Guatemala, no es la violencia misma, es el hecho de resignarnos, por eso mismo es que estamos en la obligación de rechazarla y unir esfuerzos, de pensar en soluciones y alternativas viables, de mantener la convicción de que esto debe cambiar. ¿Pero quiénes dentro de nuestra sociedad deben liderar este cambio? Es importante tener en claro que somos la misma sociedad organizada la que puede encontrar la solución a ese flagelo que nos agobia y amenaza nuestras esperanzas.

En lo personal como quisiera que los guatemaltecos pudiéramos unirnos y sentarnos a discutir nuestros problemas para encontrar las soluciones, solo así­ y de esa manera podrí­amos evitar que esos «mesí­as» de la polí­tica que hacen su aparición cada cuatro años vengan a engañarnos con eslóganes mentirosos como «la violencia se combate con inteligencia». El colmo ha sido que con tal de llegar al poder han politizado al crimen, y han utilizado esta preocupación social como una estrategia de campaña y cuando alcanzan el poder continúan con las mismas acciones aisladas que no han funcionado. Por eso resulta claro que necesitamos de manera urgente una nueva manera de abordar el combate a la violencia y la delincuencia. Por supuesto, sacar esta tragedia del campo de la polí­tica electoral no debe significar guardar silencio, sino obligar al candidato y su equipo que expongan su plan con pelos y señales y someterlo al análisis de los medios y de la misma sociedad.

Pero la actual ley electoral no obliga a esto y además permite otras barbaridades como aguantar por cuatro años los fraudes de las mentiras de campaña. Por eso no podemos ser tan brutos en pensar que con el actual sistema polí­tico podrí­amos enfrentar con eficiencia la lucha contra la violencia. Entendamos que el modelo que nos rige lo que ha hecho es solamente criar cuervos, cuervos que como la violencia aprovechan este sistema para sacarnos los ojos y por eso estamos tan ciegos que no podemos identificar que es el sistema polí­tico actual la principal causa institucional que en temas como la violencia, no nos permite avanzar.

No, estimado lector, comprendamos que si no agarramos a este modelo polí­tico de las patas, lo ponemos de cabeza y sacudimos para que salgan todas las culebras, cucarachas y toda clase de bichos que están pudriendo a nuestra sociedad, jamás podremos superar esta condición de paí­s tercermundista, pobre violento e ignorante. Cuántos muertos más, que mayor nivel de pobreza tendrá que haber, para que podamos comprender que sólo podremos salir adelante si renovamos al paí­s con la realización de una profunda reforma polí­tica. De lo contrario seguiremos como ese perro que intenta morderse la cola, dando vueltas en el mismo lugar.