Noruega duplica caza


Protección. Activistas de Greenpeace han realizado varias campañas para proteger a los cetáceos.

Insensible ante las crí­ticas internacionales, Noruega casi ha duplicado sus cuotas de caza de ballenas en cinco años, una evolución paradójica, puesto que sus pescadores logran apenas arponear el número de cetáceos autorizados cada año.


Luego de haber cumplido, he incluso levemente excedido, su cuota de 549 ballenas de Minke en 2001, los cazadores noruegos han sistemáticamente fracasado en su intento de capturar la cantidad permitida.

De las 1.052 capturas autorizadas el año pasado, sólo se realizaron 545.

«Es sorprendente que las cuotas aumenten cuando ya no se logra cumplirlas y ni siquiera se consigue vender toda la carne de ballena existente», estima Trus Gulowsen, un responsable de Greenpeace en Noruega.

El sector profesional niega tener problemas de comercialización, pero reconoce las dificultades para cumplir las cuotas.

Una serie de factores adversos justifican la situación: condiciones meteorológicas inadecuadas, combustible caro, alejamiento de las zonas de pesca y baja rentabilidad de la ballena respecto a otras especies, como el bacalao o la merluza.

Desafiando una moratoria internacional en vigor desde 1986, la cual objetó, Noruega es, junto con Islandia, el único paí­s en el mundo que autoriza la caza comercial de ballenas.

Japón esquiva asimismo la prohibición argumentando fines «cientí­ficos».

El alza de las cuotas está controlada por una gestión «razonable» de la población de ballenas de Minke, o de pequeños rorcuales, estimada en alrededor de 100 mil cetáceos de ese tipo en el Atlántico norte, independientemente de toda consideración económica, según las autoridades noruegas.

«Para fijar las cuotas, nos concentramos exclusivamente en la cantidad de pérdidas que la población de ballenas puede soportar. Si se cumplen las cuotas está bien, y si no se cumplen, no es una catástrofe», afirma Halvard Johansen, un alto responsable del ministerio de Pesca.

Con la finalidad de facilitar el trabajo de los pescadores, el gobierno incrementó este año el número de ballenas autorizadas en las aguas de la costa y redujo la cuota alrededor de Jan Mayen, un islote situado a cerca de mil km del continente.

«La carne de ballena ya no tiene tanta demanda. Será necesario que muevan cielo, mar y tierra para deshacerse de toda esa carne», estima Truls Gulowsen, pero High North Alliance rechaza tal afirmación.

«Es un mercado con un fuerte potencial, aún cuando es ilusorio pensar que podemos volver 50 años atrás, cuando la carne de ballena era el plato de los pobres», declara Rune Froevik, secretaria general de la organización.

«La carne era entonces muy barata y la gente no tení­a mucho dinero. Ahora la situación es muy distinta: la carne sigue siendo asequible pero la gente tiene más dinero y se encuentra ante la competencia de otros tipos de carne, fuertemente subvencionadas, contrariamente a la de ballena», agrega.

Apenas unos treinta barcos se dedican a la caza de ballenas en Noruega, donde el sector sólo representa, según Greenpeace, un centenar de empleos al año de un extremo al otro de la cadena de producción.

«La industria ligada a la ballena es increí­blemente marginal», estima Truls Gulowsen.

Dada la mala imagen que tiene Noruega por la caza de la ballena ¿vale la pena continuar con ella?

«Por supuesto», responde Halvard Johansen. «Es una cuestión de principios: nosotros defendemos nuestro derecho a administrar libremente nuestros recursos. Eso no se mide en dinero contante y sonante».