NOCHEBUENA EN GUATEMALA ARREBATO DE SENSACIONES MíSTICAS


Luí­s Villar Anleu

Universidad de San Carlos de Guatemala

La Nochebuena guatemalteca, y con ella buena parte del tiempo de Adviento y Navidad, es de emotivo amor y conmovedora paz. Brotan profundos sentimientos que nacen junto al festejo del nacimiento de Jesús, con í­mpetu vigoroso y llano, exaltado en tradiciones y costumbres que la llenan de muy hondo misticismo.


Las raí­ces locales de la festividad se hunden en el siglo XVI, cuando Europa la introdujo por medio de los invasores ibéricos como conmemoración cristiana. La asimilación de la nueva doctrina por la espiritualidad prehispánica se facilitó por varias circunstancias, una de ellas el que la Iglesia habí­a fijado el 24 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús, Nochebuena, que coincide muy de cerca con la de celebración de las fiestas solsticiales precristianas. A las ceremonias del «nacimiento del nuevo Sol», en el solsticio de invierno, los pueblos nativos traslaparon la Nochebuena y la Navidad recién venidas.

Concluido el sincretismo de creencias, afloraron múltiples maneras de reconstruir el Divino Nacimiento, que andando el tiempo dieron pie al surgimiento de un estilo propio fundado en amalgama de expresiones colectivas de distintas fuentes. Europa trajo entre sus costumbres relacionadas la veneración de imágenes sacras: el Niño Dios, Marí­a, José, y junto a ellos los Reyes Magos y algunos animalillos de simbolismo muy reconocido; la construcción de Nacimientos, Belenes, altares, pesebres, y muchí­simo más tarde la utilización del írbol de Navidad. Iconos de Nochebuena por excelencia, el refinamiento guatemalteco los ha hecho verdaderas obras maestras del arte religioso popular temporal.

La rica herencia cultural nativa aportó el simbolismo mágico-religioso contenido en objetos y seres de su entorno biológico, que ancestralmente vení­a integrando a sus actos ceremoniales: hoja y conos de pino, bellotas y hojas de encina de chicharra, hojas de pacaya, musgo y pashte blanco, ramillas de ciprés, rosetones de «pata de gallo», Flor de Pascua, pinabetes, pequeños frutos de manzanilla y pajillas de gramí­neas silvestres. Cedió también una parte de su culinaria, aquella que a fuerza de ser primigéniamente ceremonial el sincretismo sacralizó en la nueva era; a este aporte corresponden las bebidas calientes, el chocolate por ejemplo, tamales, chuchitos y tamalitos y su serie de ingredientes, procedimientos y componentes. Destaca la colectivización del preparado de comidas y el uso de vegetales exclusivos, tales como las «hojas de cosh», de canaq», de maí­z, tuzas y fibras de cibaque.

Aromas, sabores y colores

La Nochebuena de Guatemala huele a Gloria, porque la Gloria sin duda huele a musgo, manzanilla, pinabete y pino, a pacaya recién cortada, a «flores de concepción», a «coshes» y a masa de maí­z. Las «zaleas de musgo», que vienen de los bosques a los Nacimientos, dan aroma de selva a los hogares navideños porque las selvas rezuman a musgo. La manzanilla huele a altiplano ventoso y frí­o, y trae consigo la imagen de sus prados de ovejas y pastores, pinadas, encinares y pajonales. Huele a monte sagrado.

El suave aroma de las hojas de pacaya se entremezcla con el olor resinoso de las hojas y los conos de pino, y de tal suerte despierta intensas sensaciones de sacralidad con reminiscencias de enramadas prehispánicas ceremoniales. De los montes cercanos llega la dulce fragancia de las flores de concepción, de las cocinas la de las comidas populares, de las calles el olor de la pólvora festiva y del inconsciente el de la beatí­fica espiritualidad colectiva. Huelen las plantas en los iconos y las que se han «regado» en el piso o colgado en las paredes; exhalan las viandas sacralizadas y aromatiza la llama de las velas, la cera de los cirios y las resinas aromáticas en los incensarios.

El olor de la «guayiza de masa» al fuego, en otras palabras, la de la olla donde se cuece la masa, compite con el de la olla donde por aparte se prepara el recado para los tamales. Huele el fuego mismo que les da el calor de cocimiento, huele la leña que se carboniza lentamente para agregar sus efluvios y engrandecer los sabores. Cual ojos de carbón de encina, las brazas subliman la cocina que festejará el nacimiento de Jesús. Huele la cazuela del ponche de frutas, a piña, manzanilla y canela; el «caliente de piña», que a poco saldrá de ella, es olor de Natividad y evoca la santa fiesta con personalidad propia. El chocolate que se bate en alguna parte de la casa y servirá para aliviar el rigor del frí­o, enví­a sus emanaciones para anunciar que se ha sacralizado en Navidad.

Y qué decir de los sabores. El tamal, que constituye la indiscutible cena popular tradicional de Nochebuena, nunca antes sabe como ahora. Tal vez porque se ha hecho con dedicación especial, o porque las mujeres se han juntado en una forma de cohesión matriarcal única para compartir la preparación de una comida insustituible, o porque ha de compartirse con familiares y amigos, o porque ha incorporado el sabor de las hojas de «chocón» o de canaq» que le habrán puesto en un hogar muy tradicionalista. Por lo que sea, «colorado» o «negro» es sabor de fiesta sagrada.

El caliente de piña, al que muchos en Guatemala llaman ponche, es una bebida energizante que forma parte de la culinaria de la época. Se degusta con fruición en las «posaditas», procesiones-rezado de la novena previa a la Nochebuena, cuando el hogar que recibe a Marí­a y a José pidiendo albergue convida con él a los fieles. Lo disfrutan quienes se quedan en casa a deleitarse con el calorcillo interior, con una buena charla o con un descanso meditativo. Si acompaña al tamal en la cena de medianoche, se hace pretexto para una feliz sobremesa, en especial si se le ha agregado el consabido «piquete», esto es, una pequeña pero apropiada cantidad de licor.

Los colores son tan caracterí­sticos de la época como aquellos aromas y sabores. Algunos acarrean el simbolismo universal que se les ha otorgado, como sucede con el rojo y el verde. Mas en la Nochebuena local también destacan el amarillo y el blanco. Rojas son las flores de Pascua y los «gallitos» o «patas de gallo», cuya profusión hace que su colorido sea destacable. Las primeras han conseguido innumerables espacios y aplicaciones; las segundas, bromeliáceas lejanamente emparentadas con las piñas, son adornos de nacimientos, de sitios de reunión y de cuanto ambiente las requiera.

Verdes son las hojas de pacaya, infaltables en el conjunto de elementos que dan carácter festivo a la ocasión, y también las fragantes hojas de pino. í‰stas no sólo se esparcen a manera de singular alfombra, también se exhiben y gozan en los peculiares «gusanos de pino», productos artesanales muy guatemaltecos que constan de un lazo de fibra de maguey delgado, al que de trecho en trecho se le han engarzado las ací­culas de la coní­fera convenientemente recortadas. Verdes son también las hojas de pinabete y las ramillas de ciprés que, según los gustos, se agregan a la iconografí­a.

El amarillo ha venido con las manzanillas, esos frutos en pomito que son a la Nochebuena lo que el corozo a la Semana Santa. Caracterí­sticos, aromáticos y de sabor delicado, se les encuentra en forma de «hilos de manzanilla», largas ensartas que los portan como cuentas de collar y a las que se dan numerosas aplicaciones ornamentales, ya como ingrediente del «caliente», la bebida tradicional navideña, ya como un postre casero que se disfruta con verdadero deleite.

Blancas son la Flor de Concepción y las pascuillas, un arbusto pariente de la pascua cuyos ramilletes florales ocasionalmente se traen del campo a los hogares. Si en las regiones donde se originó la festividad de Nochebuena la Navidad es blanca por la nieve, en nuestras latitudes lo es por las flores que se han abierto para la ocasión, órganos vegetales que el Hombre integró a sus tradiciones y con ello agregó aromas a la sacra fiesta y un encanto visual innegable.

Nochebuena en Guatemala

La atmósfera persiste mecida por un viento que sopla en ráfagas heladas, muy heladas. En lo alto se divisa un cielo diáfano y sereno que en las noches cuelga cientos, miles de estrellas. El aire se ha saturado de efluvios de inusual intensidad que pese a emanar de fuentes diversas se individualizan como los óleos en la paleta de un pintor. Las cocinas se engalanan de viandas apropiadas, las casas lucen matices evocadores y en lugar preeminente habrá un Nacimiento, un pesebre, un altar o, quizás, un arbolito de Navidad.

Estará el motivo central de la festividad, el Sagrado Misterio: el Niño Jesús y sus padres terrenales, Marí­a y José. Pastorcitos, ovejas, el buey y la mula. Llama de velas y humo de inciensos.

La estación es frí­a pero arde con el amor que la satura. Su í­ndole la vincula con los sentimientos más nobles que albergan «los hombres de buena voluntad». Tiempo de paz, de querer y sentirse querido, de celebrar el nacimiento de Jesús. Se evoca tan elevada espiritualidad con aromas, comidas y productos vegetales que, aunque no se perciba de inmediato, son componentes de ancestrales ritos que las unen a tradiciones populares y costumbres de la época. Son parte de los hechos que hacen que la Nochebuena y la Navidad de Guatemala no tengan comparación en el mundo.

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1. «Medida de musgo verde» en un mercado de la Ciudad de Guatemala. Se utiliza como elemento fundamental en los Nacimientos tradicionales del paí­s para representar la naturaleza de este envoltorio mágico. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez. González)

2. Desde la época colonial los elementos de la naturaleza guatemalteca han contribuido a darle olor y color a las fiestas de Nochebuena. Cordones de manzanilla son mencionado por cronistas y viajeros de los siglos XVII al XIX para las fiestas decembrinas (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2008)

3. Flor de Pascua y hojas de pacaya sirven para entonar y aromatizar los nacimientos tradicionales de la época. Tanto la Flor de Pascua como la pacaya forman parte de la flora original de Guatemala para la época navideña. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2008)

4. La flora guatemalteca aromatiza con sus distintas fragancias naturales el ambiente navideño de los hogares guatemaltecos: al pie del Nacimiento «patas de gallo», » chichitas», rosarios de manzanilla, flor de pascua e instrumentos musicales de la época para las posadas y novenas. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2008).