Al anunciar una conspiración en su contra, tanto el Gobierno como los directivos del partido oficial criticaron a la Prensa y, generalizando, señalaron a columnistas en la queja porque, según ellos, la Prensa tiene sesgo y no refleja sus logros sino que únicamente critica todo lo que hace el régimen. En realidad, qué más quisiera uno que poder escribir maravillas de la situación del país y mostrar la satisfacción porque agarramos el rumbo correcto y que el Estado de Guatemala está saliendo de su fragilidad porque todas sus instituciones funcionan a la perfección y sin nada que enturbie el proceder del sector público.
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Yo quisiera decir que es una maravilla que Cohesión Social se manifiesta como un programa de auténtica solidaridad en el que no participa con acciones puramente electoreras la esposa del Presidente sino que se maneja institucionalmente, como corresponde, y que es tal su transparencia que basta un teclazo en la computadora para tener acceso a los datos del manejo financiero de los recursos. Yo quisiera decir que este Gobierno realmente se preocupa por los pobres y no por ganar las próximas elecciones, como dijo el señor Blanco en reciente entrevista. Quisiera decir que se equivocó Castresana cuando dijo que las autoridades no han cumplido con su parte en la lucha contra la impunidad y que Colom realmente escogió al mejor Fiscal General para garantizar que el país no tuviera asomo de retroceso en la dura y difícil lucha contra el crimen organizado que se mantiene empeñado en controlar a las instituciones públicas. Quisiera aplaudir al gobernante por haber puesto en su lugar a su cuñada cuando manosearon los procesos de elección de magistrados y de la Fiscalía General, reconociendo que el presidente Colom antepuso los intereses de la Nación a las ambiciones de su entorno familiar. Cuánto no daría yo por escribir que las viudas de los pilotos del transporte público tienen al menos el consuelo de que los asesinos de sus esposos están en la cárcel y, más que eso, que ahora todas las esposas de los pilotos y ayudantes, sus hijos y sus padres, se quedan tranquilos cuando salen porque ya no hay más violencia en contra de los operadores del transporte. Quisiera decir que uno puede andar por la calle tranquilo porque ningún motorista se acercará con arma en mano para despojarlo de su celular, de su computadora o del automóvil. Menos aun que uno pueda sufrir un ataque criminal que le cuesta la vida simplemente porque no atendió a la primera la exigencia del ladrón. Yo quisiera decir que en Guatemala se arrebató el poder a los miembros del crimen organizado y que cuando éstos caen presos en ejecución de una orden judicial, tendrán que ir a la cárcel como le pasó al pobre hombre que se «robó» dos palomas, y que nunca más nuestros operadores de justicia se prostituyen otorgando medidas sustitutivas para facilitarle la vida a los delincuentes, sean éstos banqueros o capos de la peor de las mafias. Cuánto no quisiera yo saber que un ministro de Estado se va porque está verdaderamente cansado y no porque ya no aguanta presiones para hacer transferencias y para mantener fideicomisos y contratos con las ONG. El anterior viceministro de transparencia en una reunión en La Hora nos dijo que venían decisiones decisivas para poner a prueba la vocación real de terminar con esos manejos oscuros. Ese viceministro ya es historia y sus palabras me resuenan a premonición. Yo quisiera ver el futuro de mis hijos y mis nietos claro, cristalino y prometedor, sin riesgos adicionales a los que entraña la vida misma. Y, por supuesto que, aplaudiría al gobernante que construyera esa realidad. Pero hoy por hoy, ese sueño está muy lejos.