No termina la controversia sobre el Holocausto judí­o


La Segunda Guerra Mundial, que desencadenó la Alemania hitleriana, en 1939, al invadir con su poderoso ejército el territorio polaco, ha dejado toda una secuela de problemas que, al menos esporádicamente, suscitan controversias a través de los medios de comunicación que saltan todas las fronteras de los paí­ses diseminados en la redondez del planeta.

Marco Tulio Trejo Paiz

No es el caso de traer a cuento mucho de lo ocurrido durante la mortí­fera hecatombe entre el citado año (1939) y 1945, pero deseamos comentar algunos aspectos de ese desgraciado suceso que segó la vida de más de 50 millones de seres humanos participantes y no participantes en las acciones de aire, mar y tierra.

Se produjo en el gran conflicto armado lo que se ha dado en llamar HOLOCAUSTO JUDíO.

A propósito, conviene explicar el significado de la palabra holocausto. Un Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española nos da esta definición: (1. holocaustu, gr. Holocaustos, der. del gr. Káio, quemar) m. Sacrificio, esp. entre los judí­os, en que se quemaba completamente la ví­ctima. 2 fig. Sacrificio, ofrenda generosa.

Respecto del vocablo ofrenda, el mismo diccionario indica: (1. offerenda, cosas que se han de ofrecer). f. Don que se ofrece y dedica a Dios o a los santos. 2. Pan, vino u otras cosas que se llevan a la iglesia por sufragio de los difuntos. 3 Lo que se da en algunos pueblos, al tiempo de los entierros, para la manutención de los ministros de la Iglesia. 4 Ofrecimiento de dinero que se da a los misacantanos pobres, para lo cual convida el padrino a sus conocidos. 5 p. ext. Dádiva o servicio en muestra de gratitud y amor.

¿Cuál es, entonces, el significado aplicable a la matanza de judí­os cometida con derroche de brutalidad por la bestia nazi? ¿A qué o a quién fue ofrecido ese terrorí­fico hecho denominado Holocausto? ¿A la libertad de la humanidad? ¿Al pueblo judí­o o especí­ficamente a Dios (en hebreo Jehová)?

El Holocausto fue producto del resentimiento polí­tico-ideológico y racial de Adolfo Hitler, el endiosado monomaní­aco que casi hizo arder en llamas a todo el globo terráqueo por su diabólica pretensión de dominación bajo las ensangrentadas banderas del llamado nacionalsocialismo.

Hay quienes niegan que hubo Holocausto judí­o (o contra los judí­os) en la gran confrontación de naciones esclavizadas por el totalitarismo y las del campo libertario-democrático.

Al respecto diremos que bastarí­a leer los libros que han sido escritos por hombres y mujeres que sobrevivieron a la cruenta guerra mundial para argí¼ir y redargí¼ir en relación con el espantoso acontecimiento que causó enorme destrucción y muerte, además de millones de heridos, a mediados, casi, de la pasada centuria.

En los campos de concentración, de trabajos forzados, de torturas tan despiadadas o crueles o peores que las que se aplicaban en la Edad Media, así­ como de exterminio, está comprobado que murieron más de seis millones de judí­os de todas las edades (hombres y mujeres). Morí­an a consecuencia de inanición y de sed, en las cámaras de gases tóxicos, asesinados como por deporte por los SS, lanzados desde lo alto de las canteras y torretas de vigilancia para dispararles en el aire afinando la punterí­a, y en los últimos dí­as de su existencia presentaban aspectos cadavéricos. Virtualmente, se convertí­an en esqueletos que a duras penas se moví­an y hablaban con la voz apagada y quebrada.

Los mencionados campos que se caracterizaban por lo tumbal, por un cargado ambiente de terror, por un silencio de muerte y por las atrocidades de los temibles SS (los esbirros deshumanizados que constituí­an uno de los soportes del Tercer Reich de la Alemania nazi del paranoico y esquizofrénico dictador y tirano genocida Adolfo Hitler) eran estos, entre otros que posiblemente no fueron localizados: Mauthausen, Auschwitz, Bergen-Belsen, Buchenwald, Dachau, Flossenburg, Oranienburg, Sachsenhausen y Terezin; este último situado en Checoslovaquia.

Hay mucho que decir con referencia al Holocausto; más, para no prolongar el relato, únicamente nos resta dirigir hacia los cuatro puntos cardinales estas inocentes preguntas: ¿A qué o a quién fue realmente ofrecido el sacrificio de los más de seis millones de judí­os? ¿A Jehová que, como hemos explicado, es el nombre de Dios en hebreo? ¿A la hermosa y justa causa de los aliados? ¿O a la bestia nazi y a todos los «ombres» (sin h) que iban a sus posaderas como a remolque de tenebrosos intereses, con su cauda de criminales acciones y temerarias pretensiones de dominación mundial?