Con alarmante frecuencia y en forma progresiva se están caracterizando por la inseguridad los ambientes urbanos y rurales de toda la República con motivo de la cuestión político-electoral.
Varios candidatos a las alcaldías municipales han sido víctimas mortales de quienes por razones personales y sectarias descerrajan armas corrientes y de grueso calibre para impedir que logren sus propósitos comiciales los ciudadanos.
Empleando la lógica, por elemental que sea, puede decirse que la población de cada municipio debe de estar descontenta, muy descontenta, por la actuación político-partidista y de tipo burocrático de quienes pretenden hacerse de los cargos municipales a lo monárquico.
Muchos aspirantes a ocupar o a seguir ocupando las alcaldías y las concejalías no gozan de la simpatía de los vecinos, posiblemente porque no han prestado atención a los problemas y necesidades de los respectivos lugares. Las preferencias campean en lo personal, en lo social y en lo político.
Hay cabeceras municipales, aldeas, caseríos y asentamientos humanos que carecen de servicios imprescindibles en los tiempos que estamos viviendo y, por ese motivo, repudian en voz alta o en voz baja a los candidatos.
Cuando no han actuado bien tales funcionarios, es natural y muy explicable que se luche cívicamente apuntando a un cambio positivo o que puede ser positivo. Infortunadamente, los electores, casi por lo general, muchas veces se han equivocado votando por “venerables†nulidades que, de ribete, en la primera o en la segunda jornada han llenado del vil metal sus talegos corruptamente.
Lo más negativo que se achaca a los candidatos a seguir prendidos a las tetas presupuestarias es la reelección, salvo cuando se ha procedido eficiente y honestamente, como por ejemplo en relación con los alcaldes y concejales de El Progreso, de Santa Catarina Pinula, de nuestro valle de lágrimas (la jurisdicción que comprende la urbe capitalina), etcétera, puede ser tolerable una o dos reelecciones.
Algunas personas, sobre todo entre las que tienen militancia en la política-partidista y, además, las que se dedican desde los “graderíos†a observar cómo se estilan las cosas de carácter cívico (digamos “cívicoâ€â€¦), quisieran inyectar nueva sangre a las municipalidades para ya no continuar soportando la incapacidad, la discriminación funcional y las inmoralidades de alcaldes y concejales que hacen verdaderos negociazos aprovechándose a más no poder de los trabajos de introducción de agua potable -o supuestamente potable-, de alumbrado público, de arreglo de calles y caminos con asfalto (los “recapeosâ€, de costos millonarios, sobre los cuales hay duras críticas porque no pocos son innecesarios). Contractualmente, esos trabajos se adjudican y realizan pecaminosamente, como se ha comprobado en tantas ocasiones. Producen sobornos mediante movimiento de manos bajo la mesa…
A propósito de que la zona oriental del país figura entre las de mayor riesgo, diremos que eso no es del todo verídico, porque en todo el territorio nacional se corren los riesgos propios de la situación de violencia al rojo vivo que nos angustia y saca de quicio. En todas partes, como se está viendo, hay tiritos que arrojan el saldo promedio de una docena o más de muertecitos cada día que corre y vuela…
En los medios de comunicación se informa acerca de lo que ocurre, en cuanto a la violencia criminal, en Petén, Alta Verapaz, Jutiapa, Jalapa, Chiquimula, Zacapa, Huehuetenango, Escuintla, Quetzaltenango, Totonicapán, San Marcos y, virtualmente, en todo el país. En el oriente la gente tiene la fama de que es dada a apretar el gatillo por cualquier quítame ahí esas pajas, pero al respecto cabe decir, a título aclaratorio, que muchísimos hechos son cometidos no por los levantinos, sino por individuos que han emigrado ilegalmente de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Cuba y de otras países.
Esa es la realidad monda y lironda que dejamos expresada en las líneas precedentes porque somos orientales de pura cepa y, en ese sentido, estamos en el deber de salir en legítima defensa de nuestro terruño, Jutiapa, mencionado, entre otros, como alcanzado por la turbonada de la violencia criminal.
.La zona oriental, pues, no es la excepción respecto de lo rusiente, sangriento y por demás atroz que hemos comentado, sino abarca toda la geografía de Guatemala.