POR MARIO CORDERO íVILA
Hace algunas semanas se dio la controversia por la intención de la Municipalidad capitalina de bautizar un paso a desnivel con el nombre de Jorge Ubico, dictador guatemalteco que cayó derrocado en junio de 1944, tras 14 años en el poder. Mientras algunos consideraban un justo homenaje a Ubico, otros creían que se trataba de una deshonra y burla para el país.

Lo cierto es que el tema de los monumentos y las honras es muy complejo, por lo que a veces una decisión de honrar a una persona no tiene eco si ésta no tiene un respaldo popular. Es notable (y, en algunos casos, risibles) el caso de algunos monumentos, que fueron instalados para asegurar la memoria de cierto personaje, pero, aunque esté en medio de una vía pública, mucha gente no sabe ni quién es.
Ello sólo demuestra de que hubo un error en la concepción del monumento, y que, quizá el homenaje fue producto de una serie de factores anómalos (compadrazgos, homenajes no meritorios, usurpaciones, falsedades en identidad, corrupción, malversación de fondos, etc.) Y, de algo estoy seguro: no se puede obligar a un pueblo a recordar y honrar lo que no quiere.
IMPOSICIí“N DE NOMBRES
Uno de los ejemplos más comunes en cuanto a los homenajes a través de monumentos y obras públicas, ocurre con el nombre de estas instalaciones. Y es que, por más que un gobierno -central o municipal- quiera imponer un nombre, para muchas personas nunca va a cambiar, y, de hecho, rebautizarlo no tiene eco.
Por ejemplo, el parque Enrique Gómez Carrillo, muy a pesar de la fama y la calidad literaria del mejor cronista mundial de principios del siglo XX, para muchos sigue siendo el Parque Concordia. O la Plaza Jocotenango, que muy a pesar de quienes tienen razones fundamentadas contra el caudillo hondureño, sigue siendo el Parque Morazán.
O el Monumento al Trabajo que jamás dejará de ser llamado con cierto cariño como «El Muñecón». O la Plaza de la Constitución, que a pesar de ser renombrada así tras solucionarse el autogolpe de Serrano Elías, no podrá nunca dejar de llamarse Parque Central. ¿Y quién es Martín Prado Vélez? ¿Será que su memoria no alcanza para haber sido superado por la costumbre de llamar al puente como El Incienso?
LA COSTUMBRE ES MíS FUERTE
Esto sólo demuestra que los nombres no pueden imponerse. De hecho, esto refleja buena parte de la idiosincrasia del político guatemalteco (y quizá centroamericano), ya que cree que la política es un ejercicio de arriba abajo, la cual se imponen decisiones, cuando en realidad la política es un ejercicio de abajo arriba, en la cual el político sólo es el representante de los intereses del pueblo. Por lo cual, el político debe ser lo suficientemente hábil para ser sensible a los deseos del pueblo para oficializar esos deseos. De otra forma, se convertiría en un dictador. Pero en caso de representar los anhelos populares, entonces se convierte en uno de los mejores políticos.
En el caso de los monumentos, para intentar oficializar a una figura pública, es imprescindible que ésta tenga un reconocimiento más o menos popular, y que en vez de querer imponer un evento o personaje, se eleve a categoría de «Honra Monumental» a un evento o personaje admirado por el pueblo.
Tal es el caso de Jorge Ubico, que a pesar de que fue justificado por la Municipalidad capitalina con que él fue quien más contribuyó al ornato de la ciudad con la construcción de numerosos edificios, también es cierto de que representa un gobierno de represión y, sobre todo, de mucho retraso político y económico.
En todo caso, la lección consiste en no intentar homenajear a personajes cuya opinión está dividida entre favorable y desfavorable, o, mucho menos, intentar homenajear a personas que nadie conoce.
(Comentario aparte, merece que Jorge Ubico -muy a pesar de su gusto ecléctico, que puede ser considerado, incluso, como vulgar- fue uno de los grandes reformadores de la urbanística capitalina. Pese a que quiso imponer una estética no acorde al siglo XX, debe considerársele, ciertamente, como un promotor de la arquitectura ornamental, más por encima de la arquitectura funcional. Por ello, no creo que sea un justo homenaje el bautizar a un paso a desnivel que fue diseñado desde una óptica funcional, pero no ornamental. De hecho, en los últimos 40 años, la mayoría de obras arquitectónicas del gobierno -central y municipal- han favorecido la funcionalidad en vez del ornato, o buscar, al menos, su punto intermedio.)
FUNCIONALIDAD DEL MONUMENTO
Dicho sea de paso, los homenajes a personajes a través de bautizar la obra pública es un elemento muy importante para lo que deberíamos llamar autoestima colectiva. Cuando un pueblo ve que se eleva a un personaje o evento popular, ello impacta en sus anhelos y se da cuenta de que una buena acción tiene su recompensa, y se satisface en el hecho de que ello puede ser recordado por generaciones futuras.
En cambio, si se elevan a figuras controversiales, como la insistencia que se tenía de rendir homenajes a las figuras de la contrainsurgencia en Guatemala, esto tiene un efecto contraproducente para la población, ya que observa que, a pesar de las colas machucadas, reciben homenaje.
Ello, dicho sea de paso, es otra de las causas que favorecen la impunidad, ya que el sistema está al revés: se premia al corrupto, y se hace invisible al héroe popular. A pesar de todo, esto no debería extrañarnos en un país con un índice de impunidad casi llegando al cien por ciento, que de igual forma, el sistema de justicia es incapaz de condenar al culpable, y, por su parte, victimiza aún más al que cumple la ley.