No se preocupe, no tenga pena


De mi parte sigo reflexionando y espero que incomodando con una entrega más, en este ejercicio interesante de deconstruir el lenguaje y las expresiones a través de los cuales los guatemaltecos se relacionan. La tarea es mostrar que lo claro y evidente de algunas expresiones distan mucho de serlo, porque atrás de las palabras hay significados polí­ticos e ideológicos que ocultamos en frases coloquiales y cotidianas que se conjugan con los tonos. El análisis sobre la forma como se interrelacionan los guatemaltecos o la forma en la que hablan esconde verdades e intenciones. Hace una semana propuse que yacen atrás de los vocablos y determinadas oraciones culpas y prepotencias; hoy complemento y expongo que subyacen también represiones y contradicciones.

Julio Donis

No sé si usted se ha preguntado alguna vez por qué agradecemos por todo, o por qué pedimos disculpas aún sin haber cometido falta alguna. Le decimos al que nos atendió mal en un servicio cotidiano que no se preocupe, sin enfrentar el desacuerdo y expresar el desagrado, dejamos pasar momento a momento lo que está mal o lo que nos parece erróneo, pero no lo señalamos, sino tratamos desesperadamente de evitar ese pequeño incidente para pasar a lo siguiente. Es realmente extraño descubrir a la persona que nos contradice, al que nos atendió mal o al que simplemente no tiene lo solicitado, sea un pantalón o sea información, expresándonos que no nos preocupemos o disculpándose por algo de lo que no tiene responsabilidad con un dejo de paranoia.

Creo que la expresión dicha no se preocupe refleja la imperiosa necesidad de pedir disculpa por adelantado por el hecho que aparentemente se cometió de manera errónea, o incluso por lo que no se cometió. Esa parquedad en el acto de analizar y contradecir, ya sean los más mundanos o los más complejos de la cotidianidad, evita a toda costa el debate. Qué hay detrás de las expresiones que desbordan las excusas o los falsos agradecimientos. Una de mis respuestas la encuentro en la gran incapacidad de sostener un debate o de argumentar la posición propia, no por falta criterios o puntos de vista sino porque acudimos a ese momento de la confrontación con poca dignidad.

Quizá por eso pasamos de la sumisión avergonzada al acto violento o la burla sin la mediación del debate o del intercambio respetuoso de las posiciones. No nos tenemos respeto y tampoco respetamos las palabras adversas. En la escuela no hay posibilidad de la afrenta entre ideas o visiones, lo que encuentra son lecciones y decisiones de la maestra, que moldean la realidad de manera única, castrando la inquietud espontánea de imaginarse un mundo diferente. En el caso de la historia polí­tica del paí­s, muchos crecieron pensando que no habí­a habido guerra y al conocer tales horrores, simplemente no lo creen, he ahí­ una mente delicadamente moldeada por la historia oficial. La relación con el padre o la madre tampoco permite contradicciones a la orden establecida, generalmente por el primero. Como se ve el guatemalteco ha sido formado en la obediencia y en el hábito de memorizar que el orden de las cosas es uní­voco.

La dignidad que es individual y es comunitaria se construye a través de los hechos históricos que se traducen a su vez en derechos y en obligaciones. Si no hemos sido valorados o amparados por un Estado en el devenir del tiempo, salimos a la calle desprovistos de seguridad y confianza, terminamos agradeciendo la ofensa y tragando la culpa que no es sino dignidad mallugada. Si hemos sido irrespetados en el seno de las relaciones familiares, acudiremos a los retos de la vida vestidos con cáscara de huevo.