En casi todos los países del mundo, adolescentes, jóvenes, incluso muchos niños consumen drogas, y Guatemala no es la excepción.
Veamos lo que ocurre o puede ocurrir a los habituados al consumo de narcóticos, alucinógenos, estimulantes y sedativos.
Pero antes expliquemos brevemente que narcótico es una droga que alivia el dolor y da sueño; que la droga es, realmente, una sustancia que afecta al cuerpo o a la mente; que marihuana es una planta india denominada canabina (cannabis sativa) cuyas partes más ricas en tetrahidrocanabino son los extremos superiores de la planta en flor; que los alucinógenos (llamados también sicodélicos) son drogas capaces de provocar cambios en la sensación, en el pensamiento, en la auto-conciencia y en la emoción; que los estimulantes son asimismo drogas (normalmente anfetaminas) que aumentan el estado de alerta, reducen el hambre y producen una supuesta o relativa sensación de bienestar; que los sedativos y los tranquilizantes producen sueño y, cuando se toman en pequeñas dosis, mitigan la tensión y la ansiedad de la jornada
Continuemos. Cualquier droga es perjudicial cuando se toma en exceso. Algunas drogas a la vez pueden ser dañinas si se consumen con mezclas peligrosas o cuando las toman ciertas personas hipersensibles, no importa que sea en cantidades menudas o normales.
Los peligros físicos de la adicción suelen ser muchos y, en ocasiones, se expone la vida misma. Se produce una intoxicación mortal cuando el individuo pierde o no llega a desarrollar la tolerancia por haber estado usando una heroína muy diluida. En el tenebroso mundo de los drogadictos se forman organizaciones criminales que se dedican al tráfico de narcóticos y de drogas sumamente peligrosas.
Un drogadicto, así como puede convertirse en un guiñapo en el seno de la sociedad, es proclive a asaltar y/o agredir a cualquier transeúnte, a sus vecinos, a sus padres, hermanos y demás familiares, con motivo de apropiarse de dinero y cosas de valor que le posibiliten la adquisición de las nocivas sustancias de referencia.
Mucha gente se pregunta: ¿Qué se puede hacer para combatir eficazmente el gran problema de la drogadicción? La respuesta más adecuada para evitar que la juventud, en especial, no se adentre en los peligrosos caminos de las drogas son los sabios consejos y la educación impartida sistemáticamente por los padres de familia desde la infancia de los hijos, así como por los gobiernos nacionales y municipales y, como lo impone el deber dentro de la misión que tienen en el marco del profesionalismo, los medios de comunicación escritos, radiales, televisados, etcétera.
Es comprensible que la educación disuasiva de niños, adolescentes y jóvenes, en particular, comenzaría a rendir sus frutos no de inmediato, sino en el curso de algún tiempo más o menos mediato.
Los grupos que manejan los asuntos políticos, sindicales, entre otros, asimismo pueden colaborar edificantemente para ir atenuando, siquiera, la problemática que estamos comentando y que necesitaríamos volcar muchas letras o palabras para ampliar el enfoque en todo lo que sea humanamente posible. Porque, claro está, es algo que realmente se complica día a día en dimensión global.
Se estiman en un sinfín de millones los consumidores de drogas a escala mundial y, en nuestro país, son también numerosos los drogadictos (aproximadamente unos 40 mil) que han adquirido el peligroso y letal hábito que les ha minado su salud física, mental, sentimental y espiritualmente, en grado como para tener cerrado el futuro positivo, promisorio en cuanto a la superación y a sus realizaciones de todo género.