Ya se va llegando la hora de las Elecciones, y supongo que miles de guatemaltecos aún no han decidido su voto, por lo menos no saben cómo votar en todas las papeletas. Evidentemente, la elección en la papeleta presidencial es la que más acapara la atención a nivel nacional, y a nivel local, los ciudadanos se interesan más por la elección municipal, ya que ésta tendrá mayor injerencia en sus vidas.
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Así es, supongo que para las ciudades más importantes del país (capital, Quetzaltenango, Antigua Guatemala, y otras cabeceras departamentales), el tema presidencial sea de mucho interés y, por ello, las tendencias urbanas propenden a favorecer que la simpatía en la papeleta blanca se extienda a las demás. Quizá, en algunas ciudades específicas, haya una tendencia a cruzar el voto. En el resto de municipios, me parece que la tendencia es al revés, ya que el candidato a alcalde sería el factor decisivo para marcar así el resto de papeletas, con la excepción que los comités cívicos bien conformados puedan ofrecer.
Pero muy fuera de la discusión quedan los candidatos a diputados, pese a que el Congreso es el verdadero centro del poder político del país, además de que hay más puestos en juego y se pueden colar figuras no tan recomendables para la democracia del país.
Mi percepción es que a la ciudadanía no le interesa mucho las elecciones legislativas, y peor aún, las del Parlacen. A tal punto que si les preguntamos a cien personas quién es su representante en el Congreso, al menos 90 de los cuestionados no sabrían decirlo.
En las Elecciones lo que se define –en teoría- es la representatividad del pueblo, y no, como cree la mayoría de políticos, los puestos del poder. El poder, según la Constitución, pertenece al pueblo y no es delegable. Es cierto, la mayoría de personas se sentirán más representadas por su alcalde y corporación municipal, o bien, consideran que el presidente que eligieron “hará†todo lo que a ellos les gustaría hacer.
La lección que nos hace falta aprender es que la democracia es mucho más que votar y desentendernos por cuatro años, y lamentar en ese lapso haber votado por quien votamos, en caso de que hayamos votado por el ganador. Nuestro papel debe ir más allá, y es a través de los diputados como se hace más viable.
Por ejemplo, ¿sabía que los diputados apenas pasan tiempo en el Palacio Legislativo? Sí, porque justifican sus habituales ausencias a que deben hacer trabajo en sus comunidades, porque se deben a sus votantes. ¿Acaso usted ha visto al diputado de su distrito trabajar y hacer fiscalizaciones en su región?
Una participación más activa debería estar encaminada a que usted, como ciudadano en pleno ejercicio de sus derechos, sea propositivo. Que se abran canales abiertos entre el diputado de su región y que éste sea su voz en el Congreso; que proponga iniciativas de ley que surgen de la cabeza de usted, lector, y que el diputado, como mero representante, ponga a trabajar a sus “asesores†en darle forma a su voz.
Los diputados fiscalizan al Gobierno, pero ¿quién fiscaliza a los diputados? í‰se es un papel que nos corresponde.
Ahora bien, ante estas reflexiones, pongo en tela de duda la labor de los diputados electos por listado nacional, que me imagino que se ideó esta modalidad de elección para que fungieran en un papel como de “senadores†y que a través de ellos se discutan políticas de interés nacional, mientras que los distritales se enfoquen en políticas regionales.
Pero ni la una, ni la otra. Y peor aún si reflexionamos sobre el papel de los diputados al Parlacen, que no sólo no nos representan, sino que tampoco son vinculantes para los intereses de los votantes.
Por eso, en estas Elecciones, no regale su voto con solo recibir regalos (alimentos, láminas, promesas de plaza de funcionario, palanganas, carteritas de fósforos, calendarios, paraguas, besos de edecanes, etc.); todos estos tienen un costo muy bajo para lo que sus representantes podrían generar dentro de un puesto de poder sin su fiscalización. En vez de regalarlo, exija ser representado y que su voz se escuche a través de ellos.