A mediados de la semana pasada tuvimos un «respiro de alivio», pues durante muchas horas nos alejamos un poco del cargado ambiente de la urbe capitalina.
Efectivamente, tuvimos la grata oportunidad de trasladarnos a la ciudad colonial de la Antigua Guatemala, atendiendo la gentil invitación del grupo de Oración Santa María del Camino, que realiza un movimiento carismático del catolicismo.
Visitamos primeramente el sacro templo de San Francisco El Grande, donde a toda hora del día y de las primeras horas de la noche numerosos fieles elevan sus plegarias a Dios, creador del Universo, en bien de la humanidad, especialmente de la comunidad cristiana perteneciente a Iglesia fundada por Jesucristo, quien la confió en los remotos tiempos bíblicos a San Pedro.
Como se sabe, el catolicismo constituye la inmensa mayoría del pueblo de Guatemala. Otros países diseminados en la redondez de la tierra también son mayoritariamente católicos; entre ellos podemos citar a la Argentina, a Brasil, a México, etcétera.
Frente al citado templo de la Ciudad de las Perpetuas Rosas pudimos ver un árbol del Hermano Pedro: el nombre científico del árbol es Bourrería Huanita. Eso dice una placa que está colocada al pie (del árbol), en la cual se recomienda no tocar ni subir.
El vástago fue sembrado el 21 de septiembre de 1991 y proviene del significativo árbol de plató el 19 de marzo de 1657 el Hermano Pedro en el área del templo de El Calvario. Lo admiran con respeto propios y extraños.
Fue numerosa la gente que participó en el peregrinaje a la ciudad colonial que fue declarada «Monumento histórico de América». Departimos con toda cordialidad con damas y caballeros, entre ellos y ellas varios jóvenes.
Luego de una solemne misa que fue oficiada en el templo de San Francisco de Betancourt, fallecido el 25 de abril de 1667, pasamos a la espaciosa Casa Belén. ¡Qué belleza la que se aprecia tanto en el mencionado templo (de san Francisco El Grande) como en el otro apacible recinto del cristianismo católico! Unos de los visitantes no dejaban de decir que, contrariamente a lo que ocurre en la capital, se sentían en un verdadero ambiente de paz, de tranquilidad, de fe, henchidos de espiritualidad y con las bendiciones del cielo.
Unos elementos de la Policía Nacional Civil con los que brevemente cambiamos impresiones, dijeron que en la Antigua Guatemala hay orden y seguridad. No han proliferado las pandillas que se han dado en llamar «maras», lo cual infunde confianza a los turistas que a diario se desplazan hacia la atractiva ciudad, situada a unos 50 kilómetros de nuestro «alegre» valle de lágrimas.
Hemos quedado bien impresionados, muy complacidos, de haber tenido la ocasión inolvidable de conocer por primera vez los templos y demás instalaciones de la Iglesia Católica de referencia. Hemos estado no pocas veces en la ciudad de Antigua Guatemala, más no en los lugares donde acabamos de estar por vez primera. Por último, fuimos a un convento de San Juan el Obispo, lugar al que le adjudicó el nombre de San Juan de Guatemala el Obispo Marroquín.
¿Verdad que no necesitamos trafagar a través de otras latitudes porque aquí, en esta bella Guatemala de la Asunción podemos dar alas, recreativamente, al espíritu? Tenemos diversos centros de atracción turística como para no trotar en el exterior gastando precioso tiempo y mucho dinero.