Se fue el año 2007 y sin temor a equivocarme puedo asegurar que la gran mayoría de la población nos quedamos atisbando el horizonte, igual postura que adoptamos desde el 14 de enero del 2004, motivados por el ansia de apreciar cambios substanciales a tantas cosas malas que encontró Berger al tomar el gobierno de manos de Portillo. Por ejemplo, confiado en que Harris Whitbeck colaboraría con él, creí que podría darle mate al propósito de poner en vigor una Ley de Servicio Civil que pudiera evitar los consabidos nombramientos a debo dentro de la administración pública. Que habiéndose inventado el término de «comisionado», podrían llevar a cabo tantos proyectos o al menos, lograr transparentar el manejo de los fondos públicos, cosa que no pasó de ser instrumento propagandístico que la población nunca creyó.
Así las cosas, empezamos el 2008 con buenos augurios de que el gobierno de Colom será para los pobres, el del manejo cristalino de la cosa pública y el que le dará un impulso sin precedentes a corregir los males que nos siguen afligiendo. Todo sigue sonando tan bonito y atractivo como las ofertas de servicios telefónicos, los que a la hora de comprarlos resultan todo un fiasco. Para dirigir los destinos del país se requiere de un liderazgo que sin apretarle el pescuezo a ninguno se pueda construir nuestro propio modelo de sociedad, de tal manera que el reparto sea parejo y no más el de siempre. El del gallinero, en donde el de más abajo lleva siempre la peor parte.
Repito e insisto, el actual modelo de democracia que tenemos hay que cambiarlo de raíz, desde la obsoleta identificación ciudadana, hasta la forma de cómo venimos eligiendo diputados, no digamos su número, el que no debiera exceder de dos quintas partes del actual. Desde Cerezo, pasando por Serrano, De León Carpio, Arzú, y Portillo y Berger tuvieron la oportunidad de cambiar Guatemala y hasta llegaron a utilizarlo como estrategia de campaña sin embargo, ¿cómo estamos? Me parece útil hacer la misma comparación: los optimistas se contentan con decir que ya tenemos nuevo aeropuerto, aunque «el mejor de Centroamérica» sigue contando con servicios sanitarios igual de pestilentes y sin una planta eléctrica de emergencia. En cambio, a quienes nos califican de pesimistas (a pesar de que somos realistas) seguimos teniendo una montaña de problemas que nos impide ver el paisaje de la esperanza, de la confianza y del retorno a la credibilidad.
La palabra cumplimiento debiera ser para el Gobierno la norma que los rija, porque cumplir es igual a ejecutar o llevar a efecto. Es una orden, un deber, un encargo, un deseo, una promesa y el mandato que le confirió el pueblo a quien tendrá el poder el próximo 14 de enero. ¿Será que lo podrán hacer y lo querrán hacer?