No hay tales de linchamiento


Por supuesto que humanamente preocupa el daño que el escándalo del Congreso ha tenido en la familia del doctor Eduardo Meyer pues según él ha afectado seriamente la salud de su esposa y el ánimo de sus hijos y nietos, pero lo que no debe olvidar el diputado es que no estamos hablando de cinco pesos sino de 82 millones de quetzales de los cuales él mismo se hizo responsable cuando públicamente relevó al Primer Secretario del manejo del dinero del Organismo Legislativo.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Por ello es que no se puede hablar aquí­ de linchamiento porque como dije hace meses, el Presidente del Congreso pecó por acción o por omisión. Los tribunales tendrán que decidir oportunamente si fue por acción, es decir por picardí­a, o si simplemente se pasó de baboso al no darse cuenta que nada más y nada menos 82 millones de quetzales, cifra por demás descomunal, habí­an sido trasladados sin que él se diera cuenta. Pero en uno u otro caso, todo ocurrió bajo sus barbas y por lo tanto pretextar que contra él se ha realizado un linchamiento polí­tico es al final de cuentas una forma cí­nica de querer zafar un bulto que no puede hacer a un lado por más que quiera, puesto que si él no entiende lo que significan 82 millones de quetzales, la población sí­.

Personalmente nunca he dicho que Meyer se haya enriquecido con la transacción o que recibiera directamente alguna mordida, pero él mejor que nadie sabe que fue advertido oportunamente de la clase de largo que era su secretario privado y no hizo absolutamente nada para siquiera controlarlo, no digamos para mandarlo a la punta de un cuerno. Y sabido como estaba que era un estafador que presumí­a de comprar joyas con la Caja Chica del Congreso, cualquiera puede suponer que si lo mantuvo por algo serí­a. Y si no fue por ninguna segunda intención, con el debido respeto al ex rector de la Universidad de San Carlos, hay que decir que se pasó de tonto y que fue su tonterí­a la causa del jineteo que se hizo y de la muy probable desaparición de los 82 millones de quetzales.

La cantaleta de quien es acusado de responsabilidad en el mal manejo de fondos públicos es muy corrientemente que se trata de una venganza polí­tica, de un linchamiento bien planificado en su contra, pero en este caso tendrí­a que probarse el ví­nculo entre los pí­caros que rodeaban a Meyer, los pí­caros de MDF y quienes luego pidieron la renuncia del Presidente del Congreso. Porque nada hubiera ocurrido ni nadie hubiera podido señalar a Meyer de no haber mediado la transacción que trasladó el dinero a la casa de bolsa. Tiene razón Meyer, sin duda alguna, en pedir que se aclare por qué un banco del sistema que consulta con sus clientes cualquier operación mayor a los 5 mil quetzales no dijo ni pí­o cuando la operación era de 82 millones de quetzales, pero aun en ese caso no queda exento de la obligación que tení­a de revisar periódicamente el estado de las cuentas millonarias de los absurdos ahorros del Congreso.

En el mejor de los casos, el doctor Meyer metió la pata y pecó de baboso, razón más que suficiente para que tuviera que dejar la Presidencia del organismo. Por ello es que sus amigos únicamente en privado le han mostrado solidaridad porque hacerlo en público eso obligarí­a a reconocer que, si es honrado, es un tonto de capirote.