No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio:


Harold Soberanis*

En un artí­culo reciente, publicado en uno de los periódicos locales, se señalaba que actualmente las muertes por suicidio superaban en número al de aquéllas producto de guerras, terrorismo o violencia. Aunque a primera vista parece un tanto exagerado este dato, lo cierto es que el suicidio es una de las prácticas más comunes para poner fin a una vida llena de dolor o vací­a de sentido. En realidad, el suicidio es tan antiguo como el hombre mismo quien, al percatarse de su precariedad y finitud, ha buscado la manera de terminar con una existencia que se le ha vuelto insoportable. Sin embargo, no siempre se ha considerado al suicidio como un hecho condenable.


En el mundo grecolatino, marcado por un lúdico humanismo pagano, aunque algunos lo rechazaban, se consideraba al suicidio como la expresión más tangible de la libertad humana por lo que no era un acto deleznable. Es con el surgimiento del cristianismo (cómo no el cristianismo) cuando se comienza a satanizar el suicidio, lo mismo que la homosexualidad o el incesto. De esa cuenta, en la actualidad se condena y señala a aquél que es capaz de asumir la responsabilidad total de su vida al decidir terminar con ella. Incluso, cuando alguien de la familia ha decidido poner fin a su existencia, pasa a ocupar el lugar de los innombrables, de aquellos que mejor no recordar, pues son causa de vergí¼enza.

Llama la atención que sean psicólogos, sociólogos, médicos, psiquiatras, etc; quienes más se hayan ocupado de analizar y explicar el suicidio, buscando en la infancia, el medio social o la vida sentimental del suicida, las razones que lo llevan a esta decisión. Son pocos los filósofos que han abordado este tema desde su propia profesión, a pesar de que, como lo afirma Camus, es el único verdadero problema filosófico. Es este mismo escritor quien, con su conocida lucidez y agudeza intelectual, analiza en su famosa obra El mito de Sí­sifo, las posibles actitudes escapistas a las que los seres humanos recurrimos cuando el sentido absurdo de nuestra existencia se nos revela en toda su crueldad, provocando en nosotros esa angustia existencial que nos acompañará siempre.

Entre las maneras de escapar a esta realidad está el suicidio. Esta es la salida que busca el hombre inauténtico, dice Camus, pues con esta acción pretende evadir el enfrentarse a una verdad incuestionable: su existencia es absurda, no tiene sentido. Ante esta irremediable verdad, la única actitud posible, según Camus, es la de asumir con dignidad y entereza ese sentido absurdo de la vida, que no es negación de ella sino entrega gozosa a esa vida llena de momentos efí­meros y por ello mismo, valiosos. Camus no aconseja, pues, el suicidio porque con el negamos la vida, cuando lo que debemos hacer es afirmarla en cada acto, en cada elección. Por eso el suicidio es el único problema verdaderamente filosófico, porque al revelársenos lo absurdo de la existencia, ese sinsentido nos interpela y sacude obligándonos a aceptar la finitud de la vida como una verdad incuestionable, a la vez que nos hace amarla con todas sus maravillas y vicisitudes. Porque la vida es efí­mera es maravillosa; porque nuestra existencia es corta es que debemos realizar las tareas más heroicas. Esta es la verdadera actitud del hombre auténtico.

Mi intención no es hacer una apologí­a del suicidio, ni llamar al pesimismo, la desesperación o el quietismo. Lo que pretendo es provocar en el lector la reflexión necesaria que le permita considerar este acto desde otros ángulos, libre de prejuicios y condenas teológico-morales con las que se trata de escamotear o evadir el problema del sinsentido de la vida humana.

Además de Camus, otro filósofo que se ocupó de este tema es David Hume (1711-1776). Como sabemos, Hume es uno de los principales representantes del empirismo inglés. Resulta, pues, muy significativo que un filósofo como Hume haya afirmado que el suicidio no es un hecho condenable, tratando de justificarlo con argumentos sacados del mismo cristianismo. No voy a señalar todas las ideas que Hume, en su ensayo Sobre el suicidio, desarrolla para explicar que esta acción no riñe con una visión cristiana de la vida, sino que por el contrario, se articula perfectamente con ella. íšnicamente me referiré al argumento central de su exposición.

Según Hume, no hay peor mal para el hombre que la superstición que nace de la ignorancia y contra ella el único antí­doto posible es la filosofí­a. La superstición es tan perjudicial que nos hace creer que poner fin a una vida llena de dolor y sufrimiento va en contra de la voluntad de Dios. Y, si a esta superstición agregamos nuestro natural temor a la muerte, nos encontramos en una situación que nos paraliza e impide que asumamos el control de nuestras vidas.

¿Por qué el suicidio no contradice los designios de Dios? ¿Por qué no es un hecho deleznable para el buen cristiano? La parte medular del argumento humano es que todo lo que acontece en el mundo es por voluntad de Dios. No hay un solo hecho de la naturaleza o acción humana que suceda fuera de la voluntad de í‰l. Si esto es cierto, comerme una manzana, darle un beso a la mujer amada o poner fin a mi existencia, son acciones que Dios mismo permite. Es una blasfemia, arrogancia humana u orgullo vano, pensar que puedo realizar algo que no esté contemplado de antemano en la sabidurí­a infinita de Dios. Considerar que el suicidio es un acto que se opone a los deberes para con Dios implicarí­a sostener que tenemos la capacidad de hacer algo que va en contra de su voluntad porque somos superiores a í‰l, lo cual es ya una blasfemia.

Así­ pues, concluye este pensador, el suicidio es un acto que ya ha sido contemplado por Dios por lo que realizarlo no va en contra de su voluntad. í‰l nos ha dado la capacidad suficiente para poner fin a una existencia indigna, llena de dolor. Además, al suicidarnos evitamos ser una carga para los demás, por lo que es una acción que, incluso, reviste cierta bondad, cierto beneficio a la sociedad. Por lo tanto, el suicidio no puede ser un acto inmoral, como creen los ignorantes.

Hasta aquí­, dos argumentos filosóficos contrarios respecto al suicidio. Por un lado el de Camus, quien no aconseja el suicidio pues no es la actitud del hombre autentico; por el otro, el de Hume quien no ve en este acto una inmoralidad. Como señalé más arriba, mi intención no es defender o recomendar el suicidio como una salida a nuestros males. Lo que me interesa es mostrar otros ángulos de un tema que, por haber sido satanizado, se ha vuelto tabú. Sin embargo, es una realidad que ha estado presente en todas las sociedades humanas, sobretodo en la actual, donde el consumismo al que nos ha llevado un sistema perverso como el capitalismo, ha arrebatado nuestra capacidad de admiración y asombro de las cosas sencillas de la vida, impidiéndonos encontrar en ellas una aproximación a la felicidad.

* Licenciado en Filosofí­a. Profesor titular de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala