Los padres queremos que nuestros hijos aprendan cada vez más y cuanto antes mejor y los colegios vuelcan todo su prestigio en las certificaciones de calidad. Sin embargo, las continuas reformas educativas y, sobre todo, los informes educativos no dejan de causar estupor por el bajo nivel educativo en España y lo lejos que están los resultados deseados.
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Algo falla si el alumno y su aprendizaje no están en el centro del debate y las quejas de la formación académica siempre van de arriba hacia abajo: los empresarios critican el nivel con el que llegan los universitarios, la universidad se queja de la preparación del Bachillerato, los profesores de Bachillerato de las carencias de la educación secundaria obligatoria, éstos de los conocimientos con los que pasan de ciclo los alumnos de Primaria y, por último, los profesores de Primaria de lo que les cuesta cumplir con el programa académico por la heterogeneidad que les llega desde la educación infantil.
La clave parece estar en este primer escalón de la escolarización. A los 3 años la inmensa mayoría de los niños ya ha pasado por la guardería. Llegan entrenados para la socialización, con los sentidos despiertos para el aprendizaje, el conocimiento de normas básicas de comportamiento, un control avanzado de las capacidades motoras y de los esfínteres y cierto sentido espacial y temporal. En esta etapa escolar, los padres tienen claro que los niños van al colegio a aprender jugando, a divertirse y a hacer amigos. El problema es cuando cada uno a su ritmo despierta su capacidad de adquirir vocabulario, de conocer las letras, los números y de leer… y cuando por encima de ese despertar individual está la obligación de cumplir los objetivos del curso y del ciclo educativo.
Es en este punto donde profesorado y sistema chocan y no se ponen de acuerdo. Un estudio del profesor Robin Alexander en la Universidad de Cambridge concluye que, con 4 y 5 años es muy temprano para empezar a recibir una educación formal, estructurada en materias. Reclama en sus conclusiones una enseñanza que ayude a construir habilidades sociales y a desarrollar su lenguaje y su confianza a través de los juegos y la conversación con ellos. Es cierto que el sistema español y el británico son diferentes y que en España aún hay bastante flexibilidad con la metodología y los juegos, pero los profesores también se sienten identificados con esa primacía del aprendizaje de la lectoescritura y los números sobre los juegos y los diálogos y la critican.
Los contenidos de la educación infantil se parecen cada vez más a una primaria acelerada que tiene incluso cierta división de materias y algún que otro cambio de profesor a lo largo del día. Juan Palacios, catedrático de la Universidad de Sevilla, define con claridad la paradoja del sistema: “Los niños están sentados en grupos, más o menos en círculos, pero raramente trabajan en grupos, sino que hacen un trabajo estrictamente individual”. La obsesión por las fichas en estas edades consigue que sepan representar lo que ven en dibujos pero también que no lo sepan expresar con vocabulario.
El problema es claro pero la puesta en marcha de medidas que lo puedan solucionar no acaba de llegar. La educación infantil fue concebida como una extensión hacia abajo de la primaria y el sistema ha ido completándose por la base. De ahí los fallos que se han ido acrecentando con el paso del tiempo ya que antes se empezaba directamente con la educación formal a diferencia de otros países como Francia o Alemania, donde existe lo que se conoce como maternales o el kindergarten.
Cada vez más asociaciones de profesores consideran que hasta los 6 años no se debería enseñar a leer ni a escribir porque se ha demostrado que adelantar el aprendizaje formal de los pequeños, lejos de reforzar su voluntad por aprender, lo que consigue es aburrimiento y déficit de atención, y ése sí que es un lastre que se puede llevar toda la vida si no se sientan unos cimientos sólidos en la educación infantil.