El nuevo juicio contra el general Efraín Ríos Montt no será este año porque el tribunal que deberá conocerlo tiene trabajo acumulado que debe resolver antes, lo cual baja la tensión que se vivió en los días previos y posteriores a la sentencia que condenó al veterano militar por el delito de genocidio. Pero este tiempo en el que el tema pasa a segundo plano tiene que servir seriamente para abordar nuestro pasado y prepararnos para cuando nuevamente se vuelva a encender la pasión que, como pasa tan frecuentemente en Guatemala, se enciende como llamarada de tusa hasta que viene otro problema que nos cambia el foco de la preocupación e interés.
Por supuesto que siendo un tema incómodo, un tema que polariza y nos divide, puede parecer más cómodo que lo enterremos para evitarnos disgustos y molestias. Pero eso significa esperar hasta dentro de un año, cuando nuevamente se inicie el juicio y se abra el debate para volver a confrontarnos con la misma pasión y radicalismos que impiden los menores niveles de tolerancia, mientras que si ahora, cuando no hay la presión de la inmediatez, lo hablamos y lo discutimos, posiblemente lo podamos hacer con menos pasión y más razón.
En La Hora pensamos que plantear el tema de nuestro pasado violento en términos de genocidio opaca lo que debiera ser el análisis fundamental y es la forma en que se perpetraron en nuestro país delitos de lesa humanidad contra población no combatiente. Si vemos la forma en que centramos el análisis, vemos que al hablar de genocidio se levantan reacciones en contra porque eso significa el reconocimiento de que somos una sociedad racista, actitud que cuesta mucho admitir y que se niega por principio. Pero lo que nadie puede negar es que durante la guerra que sufrimos por varias décadas, tanto la guerrilla como las fuerzas armadas incurrieron en excesos que afectaron a personas inocentes y que se cometieron brutales masacres. La realización de masacres es algo que está fuera de discusión y que pasa a segundo plano en medio del debate sobre si esas masacres fueron o no un acto de genocidio.
Lo cierto, irrefutable y tan doloroso como merecedor de castigo, es que hubo consistentemente políticas violentas para realizar masacres en las que se asesinó en masa a población de diverso origen, de todas las edades, hombres y mujeres y de cualquier religión. Esa realidad es la que se diluye en el debate sobre si fue o no genocidio, cuando lo que no podemos ignorar es que hubo masacres, asesinatos masivos, perpetrados por “las partes” y que no pueden quedar impunes.
Minutero:
Un dilema destructivo
el que se muestra hoy activo;
si quieren seguridad,
no esperen libertad