Sí, justo como Alex Rodríguez bautizó su primer libro de poesía, puedo afirmar que mucho en esta vida, mi vida, quizá la suya, es eso, desencanto.

No es que odie a los políticos, ¡bah! ni siquiera me han encantado jamás –los de acá al menos–, pero digo, una va y paga sus impuestos porque hay que hacerlo –confieso que he tenido en ocasiones la ilusión o tal vez el consuelo de que servirán para alguien que ha tenido menos oportunidades que yo–, y no, se lo roban, se forran, se engordan y sonríen después asquerosa, descaradamente, a las cámaras.

No es que sea atea, que no tenga fe –a veces–, que no espere cuando ruego, pero luego esos señores con tacuche o vestido van y aporreándose el pecho y alzando la Biblia impiden la verdad, eso, las niñas son violadas, el VIH se trasmite y resulta que los condones nos orillan a ser promiscuos, que las niñas disfrutan que las violen, y digo yo cada quien puede…
No es que el amor no exista, pero si en su búsqueda se llora muchas veces o pocas  o siempre.

No es que las lecciones de salsa fueran malas, es que nací con dos pies izquierdos.

No es que la distancia olvida, que el frío se contagia, que todo es costumbre.

No es que vos o que yo, es que todo lleva a y sí, estoy desencantada, el juego de la infancia cuando alguien llegaba a mí y me tocaban para hacerlo no funcionó, me encantaron muchas veces y luego muchas veces se olvidaron de mí y ese momento de encanto no duró y eso me hace sentirme así: triste a veces, rabiosa otras, melancólica muchas, harta, vacía…

No es rencor, es desencanto y sin embargo como dice Alex, “Dicen que la vida sigue en cualquier parte del mundo. Que entre aquí y allá no hay mucha diferencia. Que las banderas se rinden y se entregan al aire. Que la nostalgia también se llama lluvia y huele a tierra mojada. Que decimos solo un tanto por ciento de las cosas que en realidad sentimos. Que matamos neuronas para mantenernos cuerdos y que perdimos unas cuantas plumas pero seguimos volando”.