Esta mañana me envió un correo la señora Rosana Montoya que es asidua colaboradora de éste y otros diarios, tanto en las ediciones impresas como de Internet, comunicándome la muerte del general Rolando Chinchilla Aguilar, uno de esos militares de antaño que eran personas realmente honorables que actuaban de conformidad con elevados principios. Si no recuerdo mal, fue el primer oficial del Ejército ascendido al grado de General después de la Revolución de Octubre de 1944, cuando siendo ministro de la defensa de Julio César Méndez Montenegro recibió el grado de General de Brigada.
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Los generalatos quedaron proscritos de nuestro Ejército a la caída de Ubico y desde Arévalo hasta Méndez Montenegro nadie ascendió más allá del grado de Coronel. Chinchilla Aguilar fue llamado por Peralta Azurdia para dirigir el Ministerio de Educación en el gobierno militar que se formó tras el cuartelazo contra Ydígoras Fuentes en 1963 y realizó una buena labor en ese despacho. Al triunfo de Julio César pasó a situación de «disponibilidad», como se decía en la jerga militar, pero Méndez Montenegro se apoyó en él y en su prestigio dentro de la institución armada para desmantelar una conspiración en su contra que tuvo que ver con el secuestro del Cardenal Mario Casariego y en la que participaban figuras como los coroneles Arriaga Bosque y Arana Osorio, a la sazón ministro de la Defensa Nacional y comandante de la base militar de Zacapa como parte del pacto que el Ejército impuso como condición para entregarle el poder a los candidatos del Partido Revolucionario en 1966. Chinchilla Aguilar fue pieza fundamental para desmantelar la trama que pretendía un golpe de Estado contra Méndez Montenegro porque algunos jefes militares sentían que el mandatario no estaba cumpliendo al pie de la letra todas las condiciones que le imponía el pacto suscrito en 1966 y que literalmente castraba al poder civil. Y cuando uno mira cómo en los años siguientes todos, no sólo en el ámbito militar sino también en el civil, fuimos abandonando viejos valores y principios, desconociendo la importancia de esa devoción al servicio a la Patria, tiene que reconocer que sí que tuvimos momentos en que hubo gente en el país que se jugó la vida y actuó con determinación para favorecer la democracia aún a costa de enfrentarse a sus mismos compañeros de profesión, en este caso compañeros de armas. Porque el pacto impuesto por los militares a Julio César, contra el que batalló seriamente mi abuelo en su calidad de Vicepresidente electo hasta que le hicieron ver que en el entorno de Méndez Montenegro lo veían con suspicacia porque creían que tal oposición podía impedir que les entregaran el poder, limitaba seriamente la capacidad de acción en temas fundamentales del gobierno civil. Con base en la teoría de la seguridad nacional y por el enfrentamiento con la guerrilla, el Ejército dispuso reservarse áreas estratégicas en las que ni Méndez Montenegro ni nadie podían «meter su cuchara». Era tal la imposición que el entonces Presidente empezó a buscar formas de librarse de la atadura y para el efecto había logrado que el Arzobispo Casariego llevara un mensaje al agregado militar en México para recomponer la fuerza militar. A su regreso a Guatemala, el Cardenal fue secuestrado por la ultraderecha en el marco de un serio complot y fue entonces cuando se escogió a Chinchilla Aguilar para asumir el Ministerio de la Defensa y realizar profundos cambios en los altos mandos para preservar la institucionalidad. Chinchilla Aguilar no se enriqueció ni como militar ni como ministro. Fue un hombre probo, decente y comprometido con la democracia que forma parte de esa generación de militares de tiempos pasados en los que muchas cosas siguen pareciendo mejor.