Cuando se anunció la disposición de que los obispos tendrían que retirarse de sus funciones a los setenta y cinco años de edad y que los Cardenales tenían que cesar sus funciones como electores pasados los ochenta años, hubo algunas críticas por el hecho de que hay mucha gente que a esas edades mantiene claras y plenas sus funciones mentales y en algunos casos físicas, pero la norma se ha ido aplicando con la única excepción del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, quien no tiene edad de retiro y ha desempeñado el cargo en forma vitalicia a lo largo de la historia. Es más, el antecedente que hay de una renuncia o retiro no tiene nada que ver con la edad, sino que fue por consideraciones de orden político y para ponerle fin a un sangriento enfrentamiento entre facciones de la misma Iglesia.
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Nuestra generación ha visto el cambio de concepto respecto a lo que es la ancianidad, puesto que yo recuerdo que allá por los años cincuenta y sesenta, las expectativas de vida eran mucho más limitadas y veíamos a los sesentones como ancianos y por lo general ellos se comportaban como tales. Hoy en día es común ver a personas de ochenta y pico de años realizando sus actividades con relativa normalidad y evidenciando lucidez en la toma de decisiones. Pero no se puede negar el peso inexorable del paso de los años y aún aquellos que se encuentran en las mejores condiciones principian a evidenciar las limitaciones producto del natural cansancio del alma y del cuerpo.
Hoy nos sorprendió la noticia del retiro del Papa Benedicto XVI precisamente porque considera que han disminuido sus facultades físicas y mentales de manera que no se siente como para continuar al frente de esa compleja institución que es la Iglesia Católica. A diferencia de sus antecesores que permanecieron en sus puestos tanto si sufrieron de senilidad o de otras complicaciones que mermaran su capacidad para tomar decisiones, el Cardenal Ratzinger ha dado una increíble muestra de madurez y responsabilidad que sin duda tuvo que vencer muchas resistencias dentro de las estructuras de poder en la curia vaticana. El Vaticano, con todo y su trasfondo espiritual, no deja de ser un conglomerado humano en el que el centro de todo está en el poder y siempre y en todo lugar, las luchas por el poder son duras y despiertan intensos forcejeos, no importa si se trata de facciones políticas o de grupos religiosos. Y eso por no mencionar los intereses económicos también en juego y que no por prosaicos dejan de ser importantes en el entorno de nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica.
Cuando uno ve situaciones de otros jefes de Estado a los que se mantienen a puro tubo al frente de sus instituciones aún y cuando sufren de graves dolencias, no puede sino admirarse y sentirse respeto por la decisión de Benedicto XVI. Uno de los casos más notorios fue el de Ronald Reagan, poderoso presidente de los Estados Unidos que terminó su segundo mandato ocultando el padecimiento de un severo mal de Alzheimer porque sus allegados prefirieron engañar al pueblo norteamericano que encarar la dura realidad.
Ignoro cuál fue el papel de Ratzinger en los últimos días de Juan Pablo II, aunque intuyo que era la figura central de la curia vaticana y con extraordinario poder. Pudo seguir la tradición y dejar que alguno de sus allegados condujera en realidad lo que formalmente se le endosaría a él, pero llegado el momento de máxima responsabilidad en su vida, creo que tomó la decisión más correcta y sensata. No es que el Espíritu Santo haya cambiado de opinión ahora, influyendo en forma distinta a como se manifestó en el pasado, sino simple y sencillamente el Papa sintió cuál era su deber ante Dios, ante su Iglesia y ante millones de fieles.