No es cierto que al ciudadano de la calle le importe un pepino lo que sucede a su alrededor. No ignora las noticias, sabe que los políticos en general son delincuentes de cuello blanco y no desconoce que la violencia toca a diario a sus puertas. Lo que ocurre es que trata de ignorar a la prensa como recurso salvífico.
Lo que más perturba la paz de los habitantes es la economía. La depreciación del quetzal. Saber que las cosas cuestan más. Privarse ahora de salir los sábados, tener menos para divertirse, privar a los hijos de ciertos gustos, usar la misma ropa de siempre. Ahora sí es consciente que la situación está mal y quiere para sí alguna explicación.
La respuesta la encuentra a la mano. La prensa habla de la fortuna de los políticos, la radio denuncia a las mineras y la televisión descubre los negocios sucios de la empresa privada. Todos hablan del descalabro nacional, lo murmuran, es un secreto a voces. Entonces viene la indignación, la frustración y la ira.
Sin embargo nada se advierte en el horizonte. Y no es por cobardía, sino por otras muchas razones. El guatemalteco calcula. Luego de tantos años de enfrentamiento armado interno, es consciente de sus magros resultados. Los muertos los puso la ciudadanía más pobre. ¿Valió la pena? Lo duda. Por ahora se aguanta con el ánimo de advertir una mejor suerte.
No es fácil indignarse como algunos quisieran. Eso implica organización, posibilidades de éxito, liderazgo. Mientras ahora los únicos organizados son los opresores. El siglo XXI nos ha encontrado mal, no somos una fuerza que inspire miedo, hasta la izquierda da risa por el color anémico que trasluce. Un solo artículo reaccionario produce más bulla que cien textos de los «progresistas». Y aquéllos no escriben uno… son legión.
De modo que si el guatemalteco calla no es por estoicismo, por ignorancia, ni ganas de «jalar la carreta». Digamos que es una pausa estratégica en espera de mejores vientos. Un «déficit de atención» fingido mientras el cosmos confabule a su favor. No es desidia, cobardía o dejadez… simplemente es la espera inteligente para dar un zarpazo limpio, al mejor estilo de un pueblo con dignidad.