Ayer se publicó en Prensa Libre un trabajo en el que los tres candidatos presidenciales que compitieron en mejor forma contra ílvaro Colom hace un par de años, explican lo que hubiera sido diferente si alguno de ellos gana las elecciones presidenciales. La verdad es que me pareció que los tres andaban perdidos, porque desde su perspectiva el problema está en el sello personal del ungido, cuando en el fondo vivimos las consecuencias de un sistema que ha sido diseñado en forma malévola para que sirva a un reducido grupo de personas que conforman lo que se ha dado en llamar el poder paralelo.
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Estoy convencido que en Guatemala, desde 1985 a nuestros días, prácticamente todos los que fueron electos para gobernar al país tenían deseos de ejercer el poder para hacer algo bueno por los guatemaltecos, pero desde el momento mismo de su elección, no digamos de su investidura, se ven rodeados por roscas que no son integradas al azar ni por capricho, sino que responden a esos intereses ocultos que conforman los poderes paralelos que no son únicamente de corte militar, sino en el que tienen destacada participación grupos de poder económico que saben como incrustarse para la defensa de sus intereses.
En materia de sello personal obviamente habría pequeñas diferencias entre lo que hace Colom y lo que pudo hacer Pérez Molina, Giammattei o Suger, pero en el fondo las cuestiones de Estado son mucho más profundas que el simple gesto o temperamento del gobernante. Ciertamente todos los candidatos niegan que la figura de la esposa del Presidente o «primera dama» sería tal y como la que ahora vemos, y en eso creo que todos llevan razón porque es indudable que en el caso presente hay una situación sumamente especial en la que la señora de Colom no se limita a jugar un papel tradicional, sino que ejerce autoridad y a ojos de la población hasta más que el mismísimo presidente de la República.
Pero sea que es Colom quien toma las decisiones o su esposa, en el fondo lo importante es que el sistema funciona a la perfección para lo que fue diseñado. Persiste la impunidad, el debilitamiento del Estado y la corrupción como características esenciales del ejercicio del poder y en ese sentido termina siendo irrelevante si el mandatario actúa por sí y ante sí o si ha delegado mucho de la toma de decisiones en su pareja.
Es patético ver que los tres candidatos más importantes de la contienda pasada no se dan cuenta que el problema es estructural y que tiene que haber un rediseño completo de la institucionalidad democrática. Ya hoy estamos viendo la millonaria inversión en una especie de precampaña que realiza el partido mesiánico del señor Caballeros, lo que simplemente adelanta la certeza de que en esta elección los contendientes tendrán que gastar cientos de millones y esos dineros no llegan por caridad, sino resultado de componendas.
Mientras los políticos nacionales no aborden seriamente el tema del financiamiento político y los compromisos que atan al gobernante antes de llegar al poder, todo lo que digan serán puras pajas porque no habrá un mandato popular sino un mandato de los financistas, como hasta ahora, y el gobierno será del financista, para el financista y por el financista. Lo demás son puras tortas y pan pintado.-