Habiéndose cerrado el plazo para la inscripción de candidatos, a partir de hoy se está a 60 días de las votaciones para escoger a quién habrá de ocupar la presidencia de la República, las curules en el Organismo Legislativo y en el Parlamento Centroamericano (PARLACEN), así como los cargos en las 333 corporaciones municipales del país. Nótese que no hablo de elecciones ni de elegir, sino de votaciones y de escoger. Si lo hago así es porque no se trata de unas elecciones, propiamente dichas y, menos, de elegir.
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Otra cosa sería si se estuviera ante un real y participativo proceso electoral en el que el ciudadano tuviera la posibilidad de decidir a qué candidatos postular y, resuelto esto, elegir a quiénes considera que representan y defienden sus intereses y están resueltos y comprometidos a cumplir su programa de gobierno o, por lo menos, sus promesas de campaña. En la práctica no es así como se dan las cosas. Para estas votaciones no hay un solo candidato que disponga de lo que debería ser un programa de gobierno. Lo que sí abundan son las demagógicas promesas de campaña.
Las cúpulas partidistas, desde arriba, imponen a los candidatos que más conviene e interesa a las élites del poder económico y a los poderes paralelos. Es entre ellos que el ciudadano tiene que escoger, y en la mayoría de los casos no le queda más que hacerlo por el “menos peorâ€. La experiencia de los últimos 26 años es que el votante opta por castigar la gestión del gobernante de turno, así como al agrupamiento o agrupamientos que lo apoyan y secundan. En ambos casos, inutiliza su voto.
Las votaciones del 11 de septiembre en nada se diferenciarán de las seis anteriores. La excepción podrían haber sido las que se celebraron después de la firma de la paz. Tengo en cuenta que el voto adverso a la consulta popular sobre las reformas constitucionales, constituyó un duro revés para la paz y los cambios en lo político e institucional convenidos entre la parte gubernamental y la Comandancia General de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) en Estocolmo, Suecia, el 7 de diciembre de 1996.
Pese a ello, en 1999 las fuerzas aglutinadas alrededor de la izquierda signataria de la paz se constituyeron en la tercera fuerza política a nivel nacional lo que, visto en su momento y contexto, habría que considerarlo como el hecho político y electoral más importante después de la firma de la paz. Sin embargo, ya no fue así como quedó la correlación electoral durante las votaciones de 2003 y 2007. Varios factores influyeron en ello. Ya habrá tiempo para analizar crítica y autocríticamente el aislamiento y marginación en que quedaron y se encuentran hasta hoy las distintas expresiones de la izquierda institucionalizada.
En los últimos 26 años, y después de seis votaciones generales, lo que en realidad se ha dado es una sucesión gubernamental en la que ninguna de las fuerzas que han gobernado al país se diferencia en lo sustancial. Esto por un lado. Por el otro, el sistema de votaciones y partidos es un sistema que, como lo he dicho en reiteradas oportunidades, ya no da para más: está agotado y ya caducó. Es, a su vez, la causa principal de la crisis institucional y de poder a que se ha orillado al país y que de nada ha servido para que la llamada transición democrática, dizque iniciada en 1985, se abriera paso, ampliara y consolidara.
Pareciera entonces que ha llegado el momento y que las condiciones están dadas y maduras para no desperdiciar el voto y acudir a las urnas para que, a manera de plebiscito social y popular, la ciudadanía proceda a rechazar el agotado y caduco sistema de votaciones y partidos. La situación así lo exige. Es, además, la vía a seguir para empezar a transformar a fondo lo que institucional y políticamente el constituyente en 1895 convino y acordó a conveniencia e interés del sistema económico y social impuesto.
En consecuencia, dejar la papeleta en blanco, conformarse con votar por el “menos peorâ€, decidirse a castigar la gestión gubernamental de turno o abstenerse, equivale a prestarse al juego y caer en la trampa de las élites del poder económico y de los poderes paralelos. Lo que procede es, entonces, acudir a las urnas y anular el voto. Repito: anular el voto.
En el extranjero, en horas muy tempranas del lunes, me enteré del fallecimiento del destacado y digno revolucionario guatemalteco, Alfonso Bauer Paiz. Considero que siempre estuve entre sus compañeros de luchas e ideales. La mejor manera de mantener vivo su recuerdo es persistir en su ejemplo de luchador inclaudicable. A Miriam, su compañera y esposa, así como a su demás familia, le patentizo, en nombre de Ana María y en el mío propio, nuestras más sentidas muestras de pesar y solidaridad revolucionaria. http://ricardorosalesroman.blogspot.com/