El régimen de Robert Mugabe se derrumba, pero a los zimbabuenses les cuesta librarse del presidente que hace tres décadas fue su liberador y que está en imprevistos aprietos tras una elección que ya lo privó de mayoría parlamentaria y que amenaza directamente su poder, pese a la opacidad del escrutinio de votos.
La Comisión Electoral anunció el miércoles que el partido oficialista ZANU-PF había perdido por primera vez la mayoría en el Congreso, pero hasta el viernes por la tarde, seis días después de las elecciones generales del 29 de marzo, no había divulgado un solo dato de la disputa por la Presidencia.
La prensa internacional se hacía eco de todo tipo de versiones sobre las intenciones de Mugabe: algunos dicen que se apresta a dejar el país, otros que se prepara a disputar un segunda vuelta y otros que la intrusión llevada a cabo el jueves en un local opositor prefigura una vasta operación represiva; y temen que el país se suma al país en una ola de violencia postelectoral como la que se desencadenó a fines de diciembre en Kenia, donde murieron 1.500 personas.
Este viernes, un dirigente de su partido anunció que Mugabe participará en una segunda vuelta, pese a ignorarse aún los resultados de la primera.
El candidato opositor Morgan Tsvangirai, que en 2002 acusó a Mugabe de haberlo derrotado con fraudes masivos, se adjudicó el miércoles la victoria con más del 50% de los votos, lo cual evitaría una segunda vuelta. El gobierno había advertido que cualquier proclamación de resultados extraoficiales sería asimilada a una tentativa de golpe de Estado.
Lo que parece claro, es que el destino de Mugabe no se está jugando solamente en el recuento de papeletas, sino también en negociaciones dentro y fuera de Zimbabue; la comunidad internacional apostó en particular a los buenos oficios de Sudáfrica, principal potencia regional, que siempre se negó a sumarse a las sanciones impuestas a su conflictivo vecino por Estados Unidos y Europa. Un ex primer ministro de Malasia también dijo que su país estaba dispuesto a recibirlo.
Cualquiera de esas salidas podrá parecer humillante a un hombre que siempre se consideró la encarnación de los intereses de su pueblo y que en la campaña dijo que nunca aceptaría traspasar a Tsvangirai el bastón de mando que empuña desde 1980, conseguido tras años de cárcel y exilio, como líder de la independencia de la Rodesia del Sur británica.
«Nuestro trabajo es el de proteger nuestra herencia. El MDC (partido de Tsvangirai) no gobernará este país. Eso no sucederá nunca, nunca», dijo Mugabe, que mantiene su combatividad intacta pese a sus 84 años, a la erosión de su popularidad, al abandono de sus aliados y a una gestión económica que transformó al ex granero del Africa en una economía en ruinas
La deriva autoritaria, de acuerdo con la mayoría de los analistas, se aceleró a partir del año 2000, cuando su propuesta de reforma constitucional, que preveía una expropiación sin compensación de los ricos granjeros blancos, fue derrotada en un referéndum. Pero Mugabe ordenó de todos modos las expropiaciones y repartió las tierras a sus allegados o a modestos campesinos negros sin cualificación.
Desde entonces, la economía del país ha caído en picado. La inflación bate récords mundiales a más del 100.000% anual y cuatro de cada cinco zimbabuenses está sin trabajo.
A la fuga de los hacendados blancos sucedió el éxodo de centenares de miles de negros, en particular hacia Sudáfrica, en busca de medios de subsistencia.
Mugabe atribuye esa situación a las sanciones occidentales, y asegura que tiene un plan para sacar el país adelante.
Ya antes de esa fecha, sin embargo, Mugabe había dado pruebas de su férrea voluntad de poder.
De 1983 a 1987, llevó a cabo una sangrienta campaña contra la etnia mdebelé, en la región de Matebeleland (sudoeste), reacia a aceptar su autoridad.
Los organismos de defensa de derechos humanos acusan al régimen de Mugabe de un uso sistemático de la tortura, de amordazar a la prensa y de atizar los odios raciales.
El Premio Nobel de la Paz sudafricano Desmond Tutú le pidió el miércoles dejar el poder «con dignidad».
«Si hubiera dejado el poder diez años atrás, sería tenido en alta estima», pero ahora «su tiempo se ha acabado», sostuvo monseñor Tutú.
No es seguro que Mugabe lo oiga, teniendo en cuenta el destino de otros dictadores africanos, como el zambiano Frederick Chiluba (1991-2002) acusado de corrupción tras dejar el poder, o el liberiano Charles Taylor, actualmente juzgado en La Haya por crímenes contra la humanidad.