No caigamos en la trampa


Por Antonio de Sandoval-Martí­nez y Urrutia, Centroamericano de alma, cuerpo y corazón

Antonio Sandoval Martí­nez

¿Qué pasó en resumidas cuentas con el asesinato de los hermanos salvadoreños y con los hermanos guatemaltecos que supuestamente les ultimaron con toda la saña del mundo?

¿Cuál fue el móvil? Mucha gente se ha dado en hablar y escribir una sarta perfecta de babosadas, cada una de lo más descabelladas: que fueron los narcotraficantes, que fue ajuste de cuentas por asuntos de dinero, que fue para robarles pues vení­an con millones de dólares escondidos en las portezuelas del automóvil, que hubo filtración con respecto a su viaje y que los bandidos les tendieron una celada, etcétera, etcétera, etcétera.

Yo más bien creo que el móvil fue principalmente polí­tico, viejas rencillas de la izquierda, llamémosla como se quiera: comunistas, socialistas, marxistas, leninistas, castristas, maoí­stas, etc.

Es de recordar que el dí­a después del crimen, si no me equivoco, era el aniversario luctuoso de mi y nuestro querido y recordado amigo, el Mayor don Roberto D’Aubuisson Arrieta, fundador de Arena (Alianza Republicana Nacionalista de El Salvador), partido polí­tico en el poder desde hace años en el vecino Estado, que emanó del MLN (Movimiento de Liberación Nacional de Guatemala) aunque haya quienes quieran restarle su parte de paternidad a este último, pero que no me lo digan a mí­, pues de nosotros salió el ideario polí­tico original, del cual aún guardo copia y muchos se sorprenderán de donde salieron los principales puntos doctrinarios, no nos inventamos la pólvora, talvez alguien o algunos adivinen, pregúntenme y se los digo o confirmo.

El hecho es que, este movimiento nacionalista de El Salvador, al igual que el de Guatemala, no dejará de ser odiado por el enemigo común y sus lí­deres igualmente, como los de los demás movimientos y lí­deres anti-comunistas mundiales, en Europa: Franco, en Suramérica: Pinochet, en Centroamérica: Hernández Martí­nez en El Salvador, Castillo Armas en Guatemala, et al. El enemigo ni perdona ni olvida.

A Roberto D’Aubuisson le achacaron- y le siguen injusta y calumniosamente achacando el asesinato del controversial arzobispo de San Salvador, Monseñor í“scar Arnulfo Romero; igualmente podemos sus correligionarios achacarle ese vil crimen a un sicario que prestó el lí­der libio Ghadaffi ( o como se deletree) que llegó con el especí­fico propósito de matar al prelado, ya que éste se les estaba despertando a sus allegados marxistas de la mal llamada Teologí­a de la Liberación, infiltrados dentro de la Iglesia Católica salvadoreña y como notaron que ya no era tan fácil continuar convenciéndole y manipulándole como lo habí­an hecho hasta la fecha, decidieron que les serí­a más útil después de muerto, como en el libro de Carlos Manuel Pellecer y así­ mataban dos pájaros con el mismo tiro: evitaban que el arzobispo reaccionara y enlodaban al aborrecido Ejército y a la Guardia Nacional de El Salvador, bastiones del anti-comunismo salvadoreño y anulaban, según ellos, la figura del presidenciable militar, quien punteaba muy alto entre los futuros candidatos.