No basta el crecimiento económico


El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, al hablar ante los empresarios que participan en la Cumbre regional de Responsabilidad Social de la Empresa, dijo que no basta con que los paí­ses tengan crecimiento económico sostenido, sino que debe haber beneficios para la población y una marcada reducción de la pobreza que en América Latina afecta a más de 200 millones de seres humanos, muchos de los cuales viven en condiciones lamentables por su extrema pobreza.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Desde los años ochenta, cuando se planteó en los Estados Unidos el concepto del bienestar por derrame o economí­a del «Trickle Down», muchos sostienen que en la medida en que el empresario obtiene ganancias, las mismas se van trasladando por derrame hacia sus trabajadores y en consecuencia a la sociedad que, de esa manera y por goteo, termina obteniendo beneficios. Y como el Estado es incapaz de generar riqueza, corresponde al inversionista privado hacerlo para beneficiar a todos, por lo que hay que proveerlo de un clima especial que incluye, desde esa perspectiva, la reducción de los tributos para atraer mayor capital privado en la generación de empleos y, consecuentemente, de bienestar colectivo.

Décadas después podemos comprobar que nuestros paí­ses han sufrido ajuste estructural profundo que eliminó beneficios sociales para transparentar la economí­a, eliminando subsidios y protecciones en aras de atraer mayor inversión y generar crecimiento económico sostenido y el panorama de la región es patético, puesto que los í­ndices de pobreza siguen siendo muy altos y el contingente de personas que viven en condiciones de miseria es abrumador.

En el caso de Guatemala, aunque sea con criterio puramente egoí­sta de ver nuestro futuro en el plano de la globalización, si no somos capaces de hacer que el crecimiento económico se traduzca cuando menos en una reducción de los í­ndices de desnutrición infantil, estamos comprometiendo nuestro futuro porque el dí­a que nuestros compatriotas que emigran a Estados Unidos ya no enví­en sus remesas, el paí­s no tiene ningún futuro y con buena parte de sus habitantes arrastrando las consecuencias de esa desnutrición que les marca fí­sica e intelectualmente, estamos condenando a la sociedad.

Ya no pensemos en conceptos tan cuestionados como el de justicia social y el respeto y promoción de la dignidad elemental del ser humano. Pensemos en términos de mercado, de intereses económicos y visualicemos nuestro futuro si seguimos produciendo generaciones que tendrán un enorme lastre por el sello que en sus vidas deja la falta de nutrición en los primeros años de vida. Aunque sólo sea por egoí­smo puro y simple, por proteger el futuro de nuestros hijos que esperan prosperar en el mundo globalizado, pensemos que si no invertimos en nuestra gente, en nuestro recurso humano y seguimos apostando al ingreso de las remesas familiares, les dejaremos un futuro totalmente hipotecado y comprometido.

Parte de la responsabilidad social de la empresa es, por supuesto, pagar salarios adecuados a sus empleados, pero también lo es el pago de sus contribuciones fiscales para proveer a la colectividad de los recursos para que se puedan realizar inversiones en las que nadie repara porque no son lucrativas en el corto plazo. Nadie piensa en destinar parte de sus utilidades en impulsar polí­ticas nacionales de atención a la niñez en términos de educación, de salud y nutrición porque no es tarea propia del empresario, pero si no tenemos gente preparada y capaz para convertirse en mano de obra eficiente y competitiva, como paí­s estamos fritos.