Rotundamente y sin calificativos, es necesario condenar el golpe de Estado que los militares hondureños dieron al Presidente Constitucional de ese país. No caben argumentos que pretenden razonar sobre los motivos que llevaron a los golpistas a entrar violentamente a la casa presidencial para sacar al gobernante electo de conformidad con la ley para meterlo a un avión y mandarlo a Costa Rica.
Por fortuna, la comunidad internacional ha tenido una rara muestra de unanimidad para condenar el cuartelazo que no por haber tenido atrás a un juez y unos cuantos magistrados deja de ser un burdo despreciable golpe que rompe el orden constitucional. No es cuestión de ideologías, sino de principios y apego al sistema democrático, puesto que aun en el caso de que uno pueda estar en contra de la reelección, la consulta popular convocada por Zelaya no era vinculante y su pretendida reforma constitucional no podía beneficiarle a él, porque las elecciones generales están programadas ya para octubre de este año.
Washington y Caracas, como polos de la visión política de América, coincidieron en condenar el golpe y de hecho lo ha reprobado todo el mundo. Ningún país ha extendido su reconocimiento al usurpador de la presidencia de la República de Honduras y eso es reconfortante porque ratifica que hay apego a cuestiones de principio. No asignamos gran importancia a la actitud de la Organización de Estados Americanos porque su trayectoria es tan pobre y desteñida que evidentemente ni huele ni hiede en momentos como éste, pero sí al papel que todos y cada uno de los Estados del mundo adoptó sin vacilaciones.
Y es que permitir que se consolide el gobierno espurio de Honduras es peligroso para todos porque se abriría la caja de Pandora que ya marcó la vida en nuestro continente y que aniquiló la vida democrática. Los militares tienen que entender que nadie les ha asignado el papel de árbitro en sus países, sino que escogieron una profesión que les obliga a ser obedientes y no deliberantes en política, justamente porque no son garantes de nada más que de la seguridad de sus países. Por un error histórico muy grave, en algunos países se les dio la posición esa de depositarios en última instancia de la legalidad, la democracia y la política de algunos países, lo que avaló su participación en asonadas que les fueron aumentando su poder.
Nunca más se le debe asignar y reconocer a los militares ese papel y se les tiene que situar en su justa dimensión. Honduras es un buen caso para demostrarlo y todos los chafarotes implicados en el golpe tienen que ser juzgados y condenados por lo que hicieron.