Cada vez que se le pregunta a un candidato, a cualquier puesto de elección popular, de dónde saca dinero para su campaña, escamotea la información y afirma que no ha contraído ningún compromiso con sus financistas. Se trata de una reacción cajonera de todos los participantes, lo que nos llevaría a pensar que estamos llenos de filántropos, de acaudalados personajes y de millonarias empresas que están realmente muy preocupadas por el futuro del país, al punto de que se desprenden de enormes sumas de dinero con la única y sagrada intención de respaldar al político que, según ellos, será garantía de eficiencia y honestidad para terminar con el tráfico de influencias que caracteriza el ejercicio del poder en Guatemala.
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Como diría René Leiva, columnista de este diario, habría que ser de la Asociación Nacional de Pendejos Declarados (ANPD) para tragarse la patraña pero, por lo que se ha de reflejar en los resultados electorales, esa entidad se nutre con afiliaciones al por mayor porque está visto que nadie cuestiona ni critica, mucho menos poner en tela de juicio esa cándida expresión de los candidatos con respecto a sus mecenas, esas personas y empresas supuestamente bondadosas y más desinteresadas que la misma Madre Teresa.
Yo considero un insulto a la opinión pública ese tipo de declaraciones, pero más insultante me parece la forma en que la gente se traga la píldora y da por sentado que, en efecto, esta vez no habrá pago de favores y que vale la pena dar el voto a un candidato aunque se guarde en secreto la lista de sus financistas.
La razón principal por la que los financistas no quieren que se sepa su nombre es porque la mayoría de ellos les dan dinero a todos los candidatos y no quieren quedar en evidencia. Ciertamente hay algunos casos en los que se pueden dar represalias y hace poco un amigo empresario me decía que la flota de vehículos que posee están siendo acosados por los policías de Tránsito porque las autoridades detectaron que él está apoyando a un candidato opositor y la respuesta ha sido que no hay día en que no les den remisiones a dos o tres de los motoristas que le trabajan, al punto de que lo están acorralando económica y psicológicamente.
Y es que el tema del manejo de nuestra política se enmarca cabalmente en ese tipo de actitudes en las que se recuerda aquella expresión de la política mexicana en la que a los amigos se les beneficia con todo y a los enemigos se les castiga con la ley. Así es como operan las cosas en nuestro medio y baboso quien crea que hoy existen elementos distintos a los que hemos visto a lo largo de las últimas campañas. Es más, cada día es más claro y explícito el arreglo porque cada cuatro años es más costosa una elección y se incrementa la dependencia de los políticos con respecto a los grandes capitales.
No hay voces, en absoluto, que clamen contra ese tráfico de influencias y por una reforma del sistema electoral para frenar la creciente influencia de los financistas que prácticamente se han adueñado del país y que son un puñado de gente que se disputa la hegemonía cada cuatro años para aumentar exponencialmente sus ganancias vendiendo medicinas, automóviles, computadoras, suministros, haciendo contratos y obteniendo concesiones, entre otras cosas, cuando no le ponen el ojo a un activo importante.
Lo del uso del avión de TOMZA es simplemente un ejemplo paradigmático por el cinismo sin límite y la desfachatez andando, pero no es ni por asomo un caso extraordinario. Cosas así ocurren todos los días y con cifras que pasan por mucho de las seis cifras sin que nadie diga o haga algo.