En Neuilly sur Seine, la UMP ni siquiera necesita hacer campaña. Con un 72,6% de votos en la primera ronda de las presidenciales, el partido de derecha no tiene rival en esta ciudad burguesa del oeste de París de la que el candidato de la formación, Nicolas Sarkozy, fue alcalde de 1983 a 2002.
«Nicolas es como de la familia. Con él como presidente sabemos hacia dónde va Francia y nos sentimos seguros», explica a la entrada del mercado de la ciudad Sophie Huguet, una maestra jubilada.
El candidato a la presidencia fue elegido alcalde de Neuilly con menos de 30 años y hasta hoy, esta ciudad de 60 mil habitantes se jacta de tenerlo como vecino y sobre todo de haberle visto crecer políticamente y haber sido una especie de laboratorio en el que preparó su salto a la presidencia.
Llamada con desprecio «Sarkozyland» por los detractores del candidato, esta ciudad rica, blanca y algo aséptica no pone en duda la victoria de Sarkozy el próximo domingo frente a la socialista Ségolí¨ne Royal.
«Es un hombre de gran voluntad y muy tenaz. Realizó una campaña impecable y tiene un programa factible para resolver los problemas más urgentes de Francia, comenzando por la economía, herencia de un gobierno socialista lamentable», explica Dominique Caron, un abogado de traje y corbata que almuerza en un café cercano.
Entre frutas, carne y pescado fresco, en el mercado de Neuilly sólo se habla de las elecciones y de Nicolas Sarkozy, que fue sustituido en la alcaldía por otro miembro de su partido, Louis Charles Bary.
«El es la solución para los males de Francia. Lo pueden atacar y buscarle puntos débiles, pero todo es pura envidia e impotencia», explica Lionel Barnichon, estudiante de secundaria nacido en Neuilly.
«Lo que no me convence mucho de él es su tono social, ese nuevo rostro que ha querido mostrar después de la primera vuelta. Espero que sea sólo una estrategia electoral», confía Laurence Carraud, madre de familia de 45 años.
A pocos metros, cuatro militantes socialistas reparten publicidad a favor de Ségolí¨ne Royal. No es fácil ser de izquierda en Neuilly y mucho menos demostrarlo.
«Odio a esa mujer. La veo en la televisión y no la aguanto más de un minuto. Es una débil y una incompetente», dice una anciana a los militantes mientras un joven murmura sin detenerse un insulto dirigido a la candidata.
La más veterana de los militantes socialistas no se inmuta. Lucienne Buton conoce «de memoria» a Nicolas Sarkozy. Durante los 20 años que él fue alcalde de Neuilly, ella fue una de los pocos concejales socialistas, cargo que ocupa hasta hoy.
A sus 71 años, esta francesa recuerda entre risas sus terribles enfrentamientos con aquel joven alcalde lleno de entusiasmo y ambición y lamenta que Sarkozy «no pusiera su gran energía al servicio de todos los habitantes de Neuilly».
«Se preparó toda su vida para lo que le está ocurriendo. Sobre todo desde que cumplió 40 años. Es un hombre que quiere ser el primero siempre y en todas partes y servirse de los demás para conseguirlo», afirma.
Inteligente, hábil, brillante, ultraliberal, sin límites, ambicioso e insolidario: Buton hace un perfil minucioso de su rival político y teme que si es elegido presidente, convierta Francia en «una gran Neuilly sur Seine».
«No entiendo cómo Nicolas Sarkozy no convirtió a esta ciudad de tantos recursos en un escaparate y un ejemplo de civismo para toda Francia. Hoy le habría servido de mucho… pero no quiso elegir ese camino», lamenta.
Buton recuerda además que su ciudad está «fuera de la ley» desde hace años por tener menos del 3% de viviendas protegidas con ayudas del Estado para personas con dificultades económicas, cuando la ley exige un 20%.
«Los habitantes de Neuilly, comenzando por Sarkozy, piensan que están solos en Francia. Esta ciudad es un mundo irreal», afirma.
Mientras reparte sus panfletos, Buton muestra una comedida optimista cara al domingo y responde con sonrisas a la mirada despectiva de sus vecinos. «Sería genial tener una mujer presidente, ¿no le parece?», concluye.
Una maestra de Neuilly sur Seine, ciudad natal de Nicolás Sarkozy.