Todas las campañas en Guatemala son vacías y se basan en generalidades que la gente se traga. Pongamos un ejemplo concreto, como cuando en la tribuna y en los foros el candidato dice que se compromete a mejorar la educación en el país. Por supuesto que es obligado hacer ese tipo de promesa en una Nación donde la calidad educativa es paupérrima, pero para creerle al candidato haría falta saber exactamente cómo es que se propone lograr el objetivo. Y ese cómo está íntimamente ligado a con quiénes piensa hacerlo, puesto que no es lo mismo encomendar esa tarea a un educador con las credenciales que tuvo Carlos Martínez Durán, por ejemplo, que asignar la responsabilidad a uno con las credenciales de Joviel Acevedo, para citar extremos que resultan ilustrativos.
ocmarroq@lahora.com.gt
Hace falta, además, saber cuánto costará el esfuerzo por mejorar realmente la educación en el país, toda vez que no sólo hay que invertir en infraestructura para tener más escuelas, sino que también hay que gastar más en maestros mejor pagados para buscar excelencia y debe ampliarse la escolaridad en todo sentido, desde el geográfico hasta el tiempo que los alumnos pasan en el aula y en las tareas extracurriculares.
Cuando hablamos del cuánto, hay que ver la forma en que se piensa administrar el recurso público. Es cierto que si hubiera honestidad tendríamos disponibles por lo menos unos diez mil millones más al año que es lo que modestamente se tiene que estimar como el monto destinado a la corrupción, al pago de favores a financistas que inflan los precios en los contratos abiertos o que amañan licitaciones para cobrar más y entregar menos. Pero aún y cuando tuviéramos certeza de que se usarán bien los fondos, lo cual es una verdadera utopía, de todos modos hace falta más recurso y tenemos que elevar la contribución fiscal para llegar a los niveles que se manejan por lo menos en las naciones con menor rendimiento tributario.
Ofrecer seguridad sin decir ni cómo, ni con quién, ni con cuánto es la misma babosada que engañar incautos diciendo que la violencia se combate con inteligencia, sobre todo sabiendo que no tienen ni la inteligencia mental ni la inteligencia institucional para procesar información. El papel y el micrófono aguantan con todo y por ello en la tribuna y en el foro, en las declaraciones de prensa, escuchamos la misma cantaleta de generalidades.
Basta hacer un recuento de las cosas que andan mal en el país, que son demasiadas, para decir que fulanito o zutanito hará que desaparezcan porque ellos se comprometen a trabajar mejor. Todos lo han dicho y ninguno lo ha hecho porque en el fondo nada de lo que se dice es lo que realmente se proponen hacer.
¿Habrá un candidato que tenga tal sentido de la dimensión histórica de su papel que realmente esté dispuesto a jugarse el todo por el todo para propiciar cambios en el país, empezando por la corrupta clase política que les acompaña? ¿Alguno con la entereza de romper con sus financistas para pensar en la gente más necesitada del país y no en los pícaros que se subieron al carro aportando millones para la campaña a fin de lograr tasas de retorno que no tiene ningún negocio honrado?
Honestamente hablando no veo probabilidades de una grata sorpresa, de un aire con remolino que sirva para ponerle fin a este tipo de actitudes que prosperan porque nosotros, los electores, ni reclamamos ni pedimos que nos digan claramente cómo piensan hacer las cosas, quiénes serán su equipo y cuánto habrá que invertir para lograr el resultado. La canción, la cachuchita y la promesa vacía son lo que mueve a las multitudes.