El mes de agosto es especial para los habitantes de El Salvador quienes, al celebrar sus Fiestas Agostinas, gozan de un prolongado descanso en el que muchas veces vienen a Guatemala para visitar las bellezas turísticas del país. Obviamente en esta ocasión está más latente el siempre preocupante tema de la seguridad, puesto que si bien es cierto que muchos hermanos salvadoreños han sido asaltados en las carreteras guatemaltecas, también hay que tomar en cuenta los sucesos de este año con el crimen contra los diputados del Parlamento Centroamericano y de su piloto, ejecutado nada más y nada menos que por agentes de élite de la Policía Nacional Civil de nuestro país.
El crimen ha sido parcialmente esclarecido y se tiene a los autores materiales, pero los intelectuales brillan por su ausencia y así seguirá por mucho tiempo. Nada de que el crimen esté claramente aclarado, como se dijo hace algún tiempo y acaso esa impunidad es la que genera mayor malestar entre los salvadoreños.
Pero hay que decirles a nuestros hermanos y vecinos que no somos un país ni mejor ni peor que el de ellos. Tenemos demasiados problemas comunes como para que alguien se ponga a presumir de ser mejor o a criticar al otro viendo la paja en el ojo ajeno. Se podrá decir que un pueblo es más esforzado que otro y que uno tiene instituciones más sólidas que el otro, pero no hay diferencias fundamentales ni dignas de ser realmente señaladas como tales.
Allá hay altos índices de criminalidad y también las autoridades tienen problemas para atacar al crimen porque la impunidad también tiene su espacio en El Salvador. Y lo cierto es que ambos tenemos que hacer esfuerzos comunes para resolver nuestras particulares crisis en materia de seguridad y lo más sano es unir esfuerzos, como se ha hecho en alguna medida en el caso de la investigación del caso Parlacen, con la idea de sumar el trabajo de unos y otros para ayudarnos.
Las maras, por ejemplo, son algo que compartimos tristemente y que no podemos resolver en forma aislada ni sin compartir información y métodos de lucha. En El Salvador, como aquí, hay bandas de asaltantes que no andan con miramientos sobre la nacionalidad de sus víctimas y que buscan el mayor lucro con las menores dificultades y el menor riesgo.
Entonces, reconociendo que ninguno es mejor ni peor que el otro, respetando nuestras virtudes y compartiendo esfuerzos para luchar contra nuestros males, seguramente que podremos hacer más para convivir mejor que es lo que nos conviene a dos pueblos no sólo vecinos, sino hermanados por su origen, por su historia y por su futuro. Ojalá que en estas fiestas Agostinas, los salvadoreños se sientan en Guatemala como en su casa, sabiendo que aquí, como allá, corremos los mismos riesgos.