NI GUERRILLERO NI ANTICOMUNISTA


En las últimas semanas, la plaza pública se ha agitado con discusiones y argumentos ora respetuosos, ora cargados de odio e ira. Algunos describen una Guatemala que nunca existió. Corre la tinta y células zombis se reactivan para aportar al caudal. Inteligencias respetables confunden defensa de dogmas con análisis de la realidad.

Byron Ponce Segura

 


Todo ello a causa del encausamiento jurí­dico a los autores  intelectuales y materiales de asesinatos  de impacto durante los amargos años del llamado conflicto armado interno.  Por años se emitieron  y ejecutaron  muertes  individuales y colectivas  como se emiten recetas en un dí­a agitado del IGSS.   
Por una parte, el Ejército: para defender una doctrina  que no se basaba en el nacionalismo o la democracia, sino en una combinación letal de doctrina anticomunista con defensa de intereses de la clase económica hegemónica.  Luego de suprimir oposición nacionalista interna, las bayonetas y  balas quedaron en manos de masas fratricidas adoctrinadas, de soldados indí­genas  reclutados contra su voluntad y campesinos obligados a matar a sus vecinos, familiares y amigos para protegerse a sí­ mismos.  A muchos les gustó el trabajo.     Por la  otra parte,  la guerrilla: una mezcla de militares rebeldes,  comunistas, socialistas, intelectuales vanguardistas, gente común sin opciones y personas aventadas a las brasas sin entender bien por qué.    Si se me quedó algo afuera, fue minorí­a.
Es decir, los espacios se cerraron de tal manera que muchos se movieron hacia los polos por la fuerza bruta o por ser la posición más cercana a la propia.  En general, un abanico de opciones hubiera desactivado la polarización.  La democracia hubiera sido la mejor opción, pero los magnetos de ambos polos no lo permitieron.  Muchos terminaron en un bando simplemente porque al otro se le ocurrió perseguirlos.  La mayorí­a de la población que tuvo el privilegio de escoger libremente, decidió quedarse en la cómoda pero siempre peligrosa posición del medio y el miedo.  Si la masa hubiera tomado partido, el desenlace hubiera sido muy diferente.
En ese contexto se desarrolló la guerra de ambos bandos.   Muchos lucharon por sus ideales o convicciones, muchos porque simplemente  se trataba de matar o morir, muchos porque eran o querí­an defender a los oprimidos.
Ha quedado demostrado que el Ejército cometió las mayores inhumanidades.  La guerrilla también  cometió crí­menes de guerra.  Negarlo es negar la verdad.  Justificarlo es inhumano.
Por eso, la guerra de acusaciones y exhibiciones de retórica en los medios de comunicación no hace ningún servicio a la justicia.  Acusar con el único fin de detener o entorpecer el  juicio a quienes participaron en asesinatos masivos es traición a la patria de nuestros hijos.   No más shows, no más distracciones maliciosas, no más defensas oficiosas, fuera el circo.  Esto lo dice alguien que vivió plenamente esa época, que no fue pasivo pero tampoco adoptó  posiciones extremas y que por poco margen salió vivo del fuego cruzado.   Yo no fui indiferente; vaya que alcé mi voz, vaya que denuncié la injusticia y me metí­  no sé cuántas veces en la boca del lobo porque aspiraba a una Guatemala democrática y con oportunidades para todos.   Pero no era necesario disparar un solo tiro o planificar un atentado.  No bastaba con rechazar  firmemente la violencia.  Protestar  era suficiente para ser sumariamente declarado enemigo mortal.
 Justicia, no venganza.  Que quien la deba, la pague, como medio para evitar que la historia se repita.