Ni ellos lo creen


Cuando algunos ex presidentes dijeron que ellos nunca fueron espiados por sus servicios de seguridad, en ese tiempo a cargo del Estado Mayor Presidencial, estaban asumiendo la postura lógica porque hubiera sido un trago muy amargo tener que reconocer que informaciones obtenidas por esos procedimientos ilí­citos hayan servido para tenerlos del cogote o, como reza la expresión popular, de uno y la mitad del otro.


Al margen de que algunos quieran defender como «normal» el espionaje por asuntos de Estado, la verdad es que en nuestro medio ha sido un factor condicionante en el ejercicio del poder. Los presidentes siempre supieron que eran objeto de escuchas y cualquier ciudadano que haya tenido contacto más o menos cercano con alguno de los mandatarios durante su perí­odo, sabe perfectamente que todos, sin excepción, expresaron de alguna manera que temí­an ser espiados o que sabí­an que eran espiados.

Cerezo y Serrano fueron contundentes en decir que ellos jamás fueron objeto de espionaje, pero ambos, polí­ticos inteligentes, saben que estaban hablando babosadas porque basta un somero recuerdo de condicionantes que existieron en su tiempo para la toma de decisiones para darse cuenta que hubo sistemas que permitieron a los verdaderos titiriteros del poder conocer anticipadamente decisiones presidenciales que luego quedaron truncadas.

El Presidente de la República depende de las redes de inteligencia que han existido y que deciden cuanta de la información que recaban le trasladan al gobernante. Cabalmente por esa situación fue que en tiempos de Arana Osorio se crearon sofisticados mecanismos de inteligencia adscritos al Estado Mayor Presidencial, para contrastar la información que recibí­a de la inteligencia del Ejército con la que le proporcionaba el más cercano EMP.

Pero en el juego del espionaje es difí­cil establecer cuando el espiador empieza a ser espiado porque así­ funcionan los instrumentos de inteligencia y contrainteligencia. Y no hace falta ser genio para saber que quien tenga información privilegiada y detallada de lo que ocurre en el entorno de la Presidencia de la República, tiene en realidad todo el poder porque al final podrá influir en todas y cada una de las decisiones del mandatario. Y no se crea que esos titiriteros son improvisados y neófitos. Tienen años de estar en las mismas, oyéndolo todo y viéndolo todo para usarlo en su propio beneficio. Lo más importante es que no sólo tienen acceso a la información, sino saben perfectamente cómo usarla que, para el efecto, es quizá la parte más importante de toda la cadena. Una borrachera, un desliz romántico o la plática í­ntima con un financista se convierten en joyas en manos de quien posee información.