Ni de los 82 millones ni de nada…


El fiscal que tiene a su cargo la investigación del desfalco de 82 millones de quetzales al Congreso de la República expresó las dificultades que hay para dar con el paradero de ese dinero que se esfumó como por arte de magia y que tendremos que ir colocando en el ya muy abultado rubro de las pérdidas que son enormes en un paí­s que viene siendo esquilmado desde hace demasiados años sin que tengamos la menor preocupación por exigir adecuada rendición de cuentas.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

El caso es que se está sentando el precedente de que si se diera el remoto caso de que un funcionario tenga que enfrentar a la justicia por un desfalco que le enriquece ilí­citamente, lo peor que le puede pasar es irse a prisión por un par de años, luego de los cuales con redención de penas y ajustes sale libre a gozar tranquilamente de la fortuna mal habida. Sin ser funcionario, sin duda que tal es el panorama que le espera al señor Girón que jineteó el dinero del Congreso, puesto que descontando lo que debe haber dado a los que le depositaron la confianza, el saldo debe ser muy abundante y jugoso como para que valga la pena pasar un par de años en el bote, sabiendo que son varios millones los que le han de esperar.

Y nuevamente tenemos que hablar del mensaje que se enví­a a los funcionarios que tienen a su cargo el manejo de fondos, puesto que dependiendo del tamaño del cajonazo habrá que calificar si vale la pena o no el sacrificio eventual de ir a la cárcel por algunos dí­as o a lo sumo algunos meses.

En Guatemala nadie tiene que rendir cuentas de la forma en que se ejerce el poder y todos se arman, sea por la ví­a del más vil de los cajonazos o mediante los más sofisticados métodos para escamotear el dinero público sin dejar huella y todaví­a quedar como exitosa y admirable gente de negocios.

Unos dí­as de crí­tica y de alegato son ya presupuestados cuando se hace un negocio como el que se encubrió recientemente al enviar la compra de vacunas nada más y nada menos que al rubro del armamento, sabiendo que solo los que estaban en la jugada iban a darse cuenta de la cotización y le entrarí­an al negocio.

Lo burdo y evidente salta a la vista, pero la vergí¼enza ya es inexistente porque se sabe que por más que aleguen unos cuantos periodistas y critique uno que otro polí­tico de oposición, al final de cuentas se concretará el negocio sin mayores sobresaltos y quedará apenas como una pobre mancha más a un tigre que está totalmente percudido y en el que ya no se distingue siquiera algo nuevo.

¿Será que estamos definitivamente condenados a que nos roben descaradamente sin esperanzas ni de recuperar lo robado ni, mucho menos, de que algún dí­a los pí­caros paguen su culpa realmente? Yo tengo la impresión que sí­ porque de alguna manera la indiferencia de la gente que no pasa de refunfuñar frente a la corruptela termina siendo un factor importante para estimular a los sinvergí¼enzas a seguir cometiendo las fechorí­as con el mayor descaro. ¿Alguien se acuerda de los honorarios que cobró el sobrino polí­tico del ex presidente, o de los que cobró la socia del gerente de Corfina? Así­ termina todo aquí­, en un vergonzoso y odioso olvido.