Ni de aquí­, ni de allá


Now i wish i had a dime for every single time

I»ve gotten stared down for being in the wrong side of town.

And a rich man i»d be if i had that kind of chips

Lately i wanna smack the mouths of these racists.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

No, no es sólo el tí­tulo de la pelí­cula de la India Marí­a, que bien define la situación de las y los migrantes, seres humanos sin cabida en ningún lado.

Se fueron de acá y no por gusto, ni siquiera en la búsqueda del «sueño americano», porque ya se sabe que es más que una pesadilla, se marcharon por miedo, por hambre, por tristeza, porque acá ya no habí­a más que hacer, porque las posibilidades se habí­an agotado, porque la única salida era delinquir, traficar o morir.

Anduvieron miles de kilómetros sudando angustia, jugándose la vida entre frontera y frontera, pagando con su cuerpo, quizá hasta con el alma, con tal de cruzar ese rí­o que divide a nuestros vecinos del norte de los todopoderosos señores del imperio yanqui.

Ya allá, explotados, humillados y discriminados, sobrevivieron sus dí­as temiendo a la migra y recordando a los que quedaron atrás.

Sin embargo, las autoridades gringas, no satisfechas con todo lo que estas personas generan económicamente hablando en sus impasibles tierras, deciden pisotear aún más su dignidad y marcarlos como reses con hierro candente, encarcelarlos, mancillarlos y enviarlos cual ladrones, criminales esposados y amontonados de regreso al paí­s en donde sus derechos nunca les fueron cumplidos.

Ya acá, como un cí­rculo, la historia se repite, se les irrespeta, se les agrede, se les ignora. El Gobierno, éste y los que han pasado, han sido incapaces de lograr acuerdos para proteger a nuestros compatriotas, eso sí­ no sen han perdido un viaje, ni una cena o acto televisado con Bush y sus ángeles caí­dos.

No logran nada con ellos, ni tampoco hacen nada acá, más que pedir pañales y frazadas. Como siempre apelan a la caridad del chapí­n como en otros casos, en lugar de asumir su papel, y hacer algo. Se excusan, ponen cara de abatimiento y se culpan unos a otros, mientras las familias que viví­an de las remesas mueren de hambre y se ahogan entre el dolor y la miseria y los migrantes encarcelados siguen esperanzados, dispuestos a desandar el camino que los trajo de regreso porque, de dos males, no les queda de otra que elegir el menos peor.