En la actualidad a pocos gobernantes contemporáneos se les puede reconocer como estadistas e igualmente a muy pocos puede calificárseles como líderes. Son contados aquellos adelantados a su tiempo y que han podido demostrar su espíritu de tolerancia y su voluntad democrática. Nelson Mandela, Madiba como le llaman los sudafricanos, constituye una persona fuera de serie, un precursor de tiempos mejores para su país, su sociedad y su familia. Su carácter se forjó en la lucha contra los gobiernos dictatoriales y racistas de Sudáfrica.
Mandela renunció a su derecho hereditario de ser jefe de una tribu xosa. Luego de ello se hizo abogado en 1942 y se unió al Congreso Nacional Africano (ANC), un movimiento de lucha contra la opresión de los negros y que mantenía por ideología el socialismo africano, nacionalista, antirracista y antiimperialista. A pesar de las enormes matanzas y políticas racistas que culminaron con el apartheid, un esfuerzo por segregar a los negros de la minoría blanca en Sudáfrica, el ANC buscó formas de expresión, oposición y lucha no violentas, inspiradas en la figura de Gandhi.
Cuando el ANC percibió que la lucha por medios no violentos no conseguía incidir en las políticas racistas y segregacionistas, decidieron lanzarse al sabotaje como forma de lucha, para lo cual Mandela fue el encargado de dirigir La Lanza de la Nación, el brazo armado del ANC. Los líderes de la Lanza de la Nación fueron condenados a cadena perpetua y ahí Mandela pasó 27 años de su vida en prisión en condiciones altamente difíciles. Buscando deslegitimarlo, el régimen segregacionista le ofreció la libertad a cambio de establecerse en uno de los bantustantes, espacios de segregación en supuesta libertad, propuesta que declinó honrosamente.
Frederick De Klerk siendo presidente de Sudáfrica decide en 1990, en oposición a su partido y los grupos fácticos, dejar en libertad a Madiba y lo hace su interlocutor en el proceso de paz. Este esfuerzo es premiado con el Premio Nobel de la Paz en 1993, compartido entre De Klerk y Mandela. En 1994, Mandela es electo Presidente, el primer presidente negro en Sudáfrica y contrariamente a iniciar un proceso de revancha o venganza, se adentra en un difícil proceso de reconciliación, en donde sus propios pares políticos no lo entienden, y soportando críticas de ambos lados, construye un espíritu de reconciliación, paz y tolerancia sin precedentes y vigente hasta la actualidad. Cuando termina su mandato Madiba decide no reelegirse, a pesar de todo el apoyo popular, dando una muestra más de su calidad de estadista, su humildad como hombre más allá de su vida. Mandela expresó: “Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. Vaya si no lo cumplió. Hoy se encuentra en una fase más de lucha, posiblemente la última, para convertirse en un ser de la humanidad, uno de los líderes más tolerantes que han existido y un hombre que a pesar de sus adversidades, quiso ser un adelantado del tiempo. Un merecido honor a su vida y su ejemplo de reconciliación, tolerancia y humildad, más allá de sí mismo, para bien de su familia, su sociedad, su país, un ser para imitarse y reproducirse universalmente. Para Mandela, el estadista; para Madiba, el revolucionario.