«No vino un solo carrito en una semana», lamenta Simón Ocaña, solitario en la gasolinera que atiende en la ciudad colombiana de Cúcuta, desierta luego de que Venezuela cortara el envío preferencial de gasolina, en un nuevo capítulo de la crisis binacional.
Cuando Venezuela decidió la semana pasada no renovar el acuerdo por el cual suministraba combustible barato a su vecino, Ocaña y muchos otros dueños de estaciones de servicio colombianas de la frontera asumieron que el gran volumen de sus clientes se iría «del otro lado».
Uno tras otro, los carros hacen fila ante las tres estaciones de servicio llamadas «internacionales» y situadas entre las localidades fronterizas colombianas de San Antonio y Ureña, en las que el litro de gasolina se vende a un bolívar (0,47 dólares), una quinta parte de su precio en el lado colombiano.
Aunque este precio, especial para la zona de frontera, es más de 10 veces más caro que en el resto de Venezuela, donde el litro de combustible bate récords mundiales y cuesta 0,04 dólares, sigue siendo todavía una verdadera ganga para los clientes colombianos.
«Vale la pena venir una vez a la semana», dice el colombiano Jairo Pérez, quien luego de tres horas de espera es el primero en pasar, autorizado por un soldado de la Guardia Nacional venezolana.
Los efectivos militares controlan la documentación de los vehículos y sobre todo vigilan que nadie se lleve más de 20 litros de combustible.
«Es muy sensible la frontera», comenta otro soldado para justificar tanto recelo.
Aun así, el combustible termina cruzando la frontera y la gasolina de contrabando se oferta en las calles que llevan a Cúcuta, por parte de los llamados «pimpineros».
En multicolores envases y a pleno sol, la gasolina venezolana se vende a cerca de tres bolívares (1,40 dólares) el litro, una opción aún barata para los carros colombianos y aparentemente un gran negocio.
«Los que venden gasolina a los «pimpineros» pueden hacer hasta 500 bolívares (232 dólares) en un único viaje», calcula Wilmer, un taxista de San Antonio.
Esos viajes clandestinos comienzan en una económica gasolinera del interior de Venezuela. Luego se atraviesan varios controles, que inevitablemente van encareciendo el precio, hasta llegar a la frontera.
«No hay forma de competir legalmente con el contrabando y no hay forma de incentivar el consumo», se resigna Alberto Moros, desde su gasolinera vacía en el lado colombiano.
Oswaldo Palacios lo intenta ofreciendo obsequios como ambientadores para el automóvil a quien llene el tanque en su gasolinera. «Son pendejadas (tonterías), pero eso ayuda un poquito», dice, consciente de que a mediodía sólo han llegado cuatro clientes y han comprado poco.
El acuerdo militar entre Colombia y Estados Unidos para que éste use varias bases militares en el país sudamericano hizo que el presidente venezolano Hugo Chávez congelara las relaciones con el gobierno de ílvaro Uribe y amenazara con sustituir todas las importaciones provenientes de su vecino.
Tras la suspensión del acuerdo para el suministro de gasolina venezolana, el ministro colombiano de Minas y Energía, Hernán Martínez, previó un aumento del contrabando de combustible en la frontera.
Por primera vez desde el inicio de esta crisis bilateral, Uribe y Chávez se verán las caras en la reunión extraordinaria de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) prevista el viernes en Bariloche, en el sur de Argentina.
Desde la frontera binacional, los ciudadanos hacen votos por el pronto arreglo al conflicto. Otros, más interesados en recuperar a sus clientes, confían en que las posiciones se radicalicen.
«El viernes, si Chávez se pone bravo, bravo y no deja pasar ni una sola gota, entonces volverán las colas (en las estaciones de servicio colombianas) porque no habrá gasolina en las calles», espera Oswaldo Palacios.