Desatender las peticiones de auxilio de los pobladores del Barrio San Antonio, zona 6 capitalina, fue negligencia, por tanto retumbo escuchado. Además de los sismos sentidos antes que se formara el gran hundimiento, atribuido como causal al colapsar el drenaje de aguas servidas.
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Negligencia fue también dejar en el olvido dañino, del tamaño del colapso, desde años atrás el debido mantenimiento. Ello habría sido un valladar que pudo evitar aquella tragedia, pero nunca modificarán sus tardías acciones las autoridades, a quienes compete darle solución al problema.
Hacerse presentes después al lugar de los hechos, a efecto de iniciar las medidas de auxilio, significó a la vez negligencia manifiesta. Por lo tanto siempre cualquier desastre ocurrido en nuestro entorno nos toma desprevenidos de un todo, sin que quepa duda alguna.
La desinformación de lo acontecido en el Barrio San Antonio, de considerable tradición e historia, forma parte, asimismo, de la negligencia que afectó a los moradores del sector aludido en los párrafos anteriores. Pudo haberse evitado la tragedia si se les explica, saca de dudas y atiende.
Ahora se corrobora que cuando surgen estos eventos naturales, pueden verse comportamientos del colectivo. Algunos demuestran solidaridad, bajo el señalamiento de: «Hoy por ti, mañana por mi». Empero, hay expresiones concretas de negligencia rayana en indiferencia ostensible.
El Barrio San Antonio lo habitan, en su mayoría, segmentos de escasos recursos monetarios. Esto hace más crítico el desalojo o evacuación para los damnificados seguidores del apego a la tierra en el contexto sociológico. Deshacerse de lo propio, fruto de muchos años de lucha constante no es fácil.
Un futuro oscuro prevén los connacionales en situación sumamente difícil, al evaluar de entrada dichas pérdidas equivalentes a lo poco que tienen ya únicamente en el recuerdo. Máxime tratándose de pérdidas humanas que dejan una secuela marcada con sangre, sudor y lágrimas el infortunio.