Si entendemos por revolución un cambio en las instituciones políticas, la mudanza o nueva forma del estado de las cosas y el giro o vuelta de nuestro diario vivir, soy el primero en enfatizar que es urgente una revolución en Guatemala. ¿Por qué lo digo? Empiezo por recordar que la Revolución Francesa proclamó la IGUALDAD de los ciudadanos en oposición a los privilegios de la nobleza y ésta última es igual a la casta política que se fue enraizando en las instituciones del Estado hasta hacerlo inoperante. Nosotros también necesitamos de igualdad. No es posible que dicha casta se siga haciendo rica a costa de los pobres. En Francia, también había malestar económico y social, por lo que precisaba de una profunda revisión de sus instituciones, lo que finalmente se logró trayéndose abajo a la monarquía. Aquí, eso mismo se hace indispensable por tanto daño que le han venido causando al país.
Hay que hacer constar que estoy hablando de la igualdad que viene del latín aequalitas que en sentido filosófico significa que todos los hombres somos iguales; de la igualdad moral, la obligación de tratar a los demás como a uno mismo; de la igualdad jurídica, la de todos los hombres frente a la ley y de la igualdad política, esencial para que todos tengamos las mismas oportunidades, derechos y deberes. Estimado lector, pase lista, sea el primero en ver que no es lo mismo que inadvertidamente ande con la calcomanía del carro vencida, que un diputado, empleado o comerciante del Congreso se embolse dinero por comisiones y encima de ello haga humo muchos millones de quetzales de fondos públicos mañosamente manejados. Tenemos rato de ver cómo se encarcela fácilmente al ladrón que se robó un pollo, mientras los estafadores de los bancos, offshores o como se llamen, salen volando con el dinero de los incautos o desamparados depositantes, para luego regresar y salir rápida y tranquilamente libres con las aceitadas medidas sustitutivas de nuestra desvencijada justicia.
No, yo no hablo de hacer aquellos golpes violentos en los que la mayoría de veces salimos de la sartén para caer a las brasas. Pienso, que de esa manera seguiríamos haciendo las del cangrejo y que las cosas en vez de componerse irían de mal en peor. Estoy hablando de que masivamente demostremos nuestro poder para hacer uso del legítimo derecho de petición, el que incluso con resistencia pasiva le pongamos las peras a cuatro a los diputados para darle vuelta al Congreso, reduciendo su injustificado número, la forma y modo de elegirlos y sucesivamente pudiéramos ir cambiando las inútiles entidades que, como la Contraloría de Cuentas, el Ministerio Público y tantas más, contribuyen al desastre nacional que hace rato tiene alerta roja. ¿O vamos a seguir en las mismas de siempre? ¿Cuántas horas más y páginas de la prensa vamos a necesitar para seguirnos exasperando?