La Navidad es una fiesta cuyo fin es celebrar el nacimiento de Jesucristo y el goce de compartir la fe y amor en el mundo cristiano y en la humanidad. Sin embargo, en estos días en que se proclama el amor universal, en nuestro país es de miedo salir a las calles.
Tuve la oportunidad de ir al último concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de Guatemala, un concierto muy agradable, el cual nos proporcionó a las personas que acudimos a sentir un momento de gozo, a apreciar a nuestros músicos guatemaltecos y rendirles tributo a ese darse de manera incondicional de nuestros artistas.
Fue un concierto poco convencional, o por lo menos yo lo sentí de esa manera, acostumbrada a mis épocas de estudiante en el Conservatorio de Música, a la solemnidad, a la rigidez y al poco acercamiento de estos grandes maestros a su público. La orquesta propició un espacio lúdico y educativo para su audiencia.
Con mucha gracia y simpatía se desenvolvieron el director de la orquesta, que durante la presentación se disfrazó de Santa Claus. La presentadora de esa noche que al mismo tiempo se encontraba inmersa en la interpretación musical de los primeros violines, fue la versátil artista, Mónica Sarmientos. Toda la orquesta se confabuló para darnos lo mejor de ellos mismos. Realmente fue un espectáculo de gran calidad artística, pero de mucho compromiso social por parte de nuestra orquesta, patrimonio cultural. Que vive de aplausos, de una manera literal.
Mónica nos comentó, que estos últimos son valiosos para el artista, pero que cuando ellos van al supermercado, por una lata de frijoles, los aplausos no alcanzan para pagarla.
En fin, fue una noche conmovedora, de solaz y la audiencia quedó muy agradecida de este regalo de la Orquesta Sinfónica Nacional. Sin embargo, fue tan difícil llegar al Teatro Nacional, muchos vehículos, tráfico, una descortesía total en la deambulación vehicular y peatonal.
El primer obstáculo al llegar al teatro fue el parqueo. Buscando el mismo y siguiendo a otro carro, nos damos cuenta, mi amiga y yo. Que no nos quedaba más que apagar el carro y quedarnos en un parqueo que obstaculizaba la salida de otros vehículos. No me sentí cómoda con haber dejado mi carro en esta posición durante el concierto. Pero, no hubo otra alternativa, los vehículos antes y después de mí, habían ya apagado sus motores, ante la imposibilidad de continuar, y decidido el parqueo de esa manera.
Al terminar el concierto, nuestra vejigas llenas, ante el frío inusual de este diciembre. Proclamaron por ir al baño, así que fuimos. Saliendo del teatro, al encuentro con nuestro vehículo, muy alegres, cantando y tarareando el Aleluya y el Ave María.
Al llegar al lugar, tuve el encuentro con una mujer incandescente. Por la dificultad surgida con mi vehículo para que al parecer, su pareja, pudiese sacar su auto. Traté en vano de disculparme y hacer referencia a lo sucedido. Pero la mujer, no quería oír y se le notaba altamente agresiva y molesta por mi abusivo parqueo. Le dije de manera irónica “feliz navidad†y subí automáticamente mi vidrio, para no tener la oportunidad de oír su respuesta.
Sin embargo, mi amiga que se había quedado fuera del carro, esperando que yo lo movilizara; sí que oyó. Entonces…, se produjo una discusión desagradable, no acorde a la época ni al instante recientemente vivido. Que terminó por dejar un sinsabor en esa noche.
Es impresionante, que algo que se vive en un momento, cambie y se retuerza al instante.