¿Cómo se transforman el ser, la autonomía y la emancipación en el período neoliberal centroamericano? ¿Visualizamos acaso alguna conversión de la inactividad social de y la libertad no-utilitaria en actividad social y utilitaria? Ciertamente hay cambios temáticos. La representatividad se desplaza hacia una topografía más amplia, y los personajes se mueven en dirección de subjetividades postnacionales.
Sin embargo, a diferencia de lo afirmado en el artículo en el cual levanté la anterior señalización, ¿si las representaciones topográficas en efecto sufren una transformación y si los personajes representados en los textos de posguerra de veras se reinventan como individuos de la más variada especie tratando de forjar comunidades transnacionales desnaturalizando los viejos discursos nacionalistas de autenticidad, reciclando los fragmentos restantes de su memoria cultural para reconfigurar una nueva concepción de identidad post-nacional, podríamos entonces argumentar que estos giros rompen con la noción de modernidad?
Mi impresión es que si bien existen escritores forzados a vivir con el colapso de las utopías sociales y del nacionalismo, y en consecuencia empujados en dirección de temáticas alternativas hacia la representación de sujetos distópicos de la posguerra en su literatura, los mencionados escritores no por ello redefinen el sujeto de la ilustración en el sentido foucauldiano. El culto de sí mismos enmarcado dentro de ciertos parámetros bohemios continúa marcando al escritor centroamericano contemporáneo. Es posible ver ahora en las textualidades mayores representaciones de la sexualidad, del deseo o del placer, elementos ausentes en las narratividades del período guerrillerista. Lo anterior genera la ilusión de cierto cosmopolitismo sin emancipación.
Sin embargo no representa una ruptura con la modernidad. Evidenciaría la llegada tardía de la sexualidad a una región tradicionalmente conservadora manifestando siempre dificultades para lidiar con la política del cuerpo. O bien el aprovechamiento de los escritores ante la apertura del consumismo exterior en el marco de una industria del libro también globalizada, en el cual las restricciones y el control ejercidos sobre ellos y ellas por la parroquia va perdiendo peso. Ciertamente es indicadora de la reducción del poder simbólico de los escritores y las escritoras centroamericanas, los cuales han dejado de articular el “régimen de verdad†de sus respectivos Estado-naciones. Pero, a mi modo de ver, significa en primer lugar una crisis masculinista, una crisis de género. Como dice Nelson Maldonado-Torres en “Sobre la colonialidad del ser,†el machismo proviene de lo que él denomina ego conquiro, efecto de la colonialidad. Cita a Joshua Goldstein para entender el efecto de la colonialidad en la conquista considerando la sexualidad masculina como causa de la agresión, la feminización de enemigos como dominación simbólica, y la dependencia en la explotación del trabajo de la mujer.
En esta lógica, aún no hemos salido del siglo dieciséis. Más bien volvimos allí luego del paréntesis guerrillerista. Por otro lado, si el período neoliberal implica un mayor distanciamiento de la vida cotidiana por parte del artista, una retirada hacia la completa autonomía estética, cierto aburrimiento al observar la máquina neoliberal desde fuera, esto ratificaría la vuelta a los orígenes de la modernidad.
Quizás el texto emblemático de esta hipótesis lo sea otra destacada novela salvadoreña de la primera década del presente siglo, A-B-Sudario (2003) de Jacinta Escudos. Como ya indiqué en otro artículo, Cayetana, el personaje principal de esta narrativa, es una figura a la deriva en un paisaje postnacional.
Sin embargo, la búsqueda de Cayetana es también estética. La novela está organizada en torno a un pastiche de fragmentos de anuncios, el diario personal de la protagonista, artefactos de la cultura popular y escenas mimetizando un film noir. El variado despliegue de técnicas de empoderamiento estético apoyan el tipo de libertad individual buscada por Cayetana para evitar ser dominada por hombres falocéntricos, dada la presencia de cuatro figuras masculinas cargadas con nombres simbólicos, El Fariseo, el Trompetista, Pablo Apóstol y Homero, cuya presencia en el bar “El Egipcio†parecería ser no solo la de interpretar y hostigar a Cayetana, con quien están obsedidos y a quien desean, sino la de representar el paroxismo del ego conquiro ante el fracaso de sus egos fálicos conectados con la realidad de la guerra.
Sus subjetividades se encuentran en transición de vigilados a vigilantes con el fin de anatomizar a Cayetana, es decir, de transformarla en un cuerpo dócil y fragmentado. Este proceso, análogo al papel del Estado, se basa en la disciplina como instrumento de control del cuerpo social, penetrando en él por medio de los individuos conquistables. Cayetana sin embargo se rehúsa a convertirse en un “cuerpo dócil†manifestando obediencia al poder heterosexista normalizante. Se sabe instrumentalizada y se niega a caer en la abyección. A su vez, es incapaz de concebir una alternativa fuera de los restringidos parámetros de la modernidad derivada de la ilustración. No hay abandono de la “ciudad letrada.†Por el contrario, el texto la afirma más aún.
En el caso de Dalton la estética representaba un mecanismo para transformar el sujeto bohemio en revolucionario. En el de Escudos representa más bien un salvavidas luego del hundimiento del barco de Estado. La entrada en conciencia de Cayetana de que ese poder nunca fue suyo. Lo anterior aparece en A-B Sudario como una suerte de éxodo interior constituyendo un alejamiento de lo social. La escritura se convierte en el único vehículo capaz de explicar la subjetividad de Cayetana. En el curso del texto los lectores van descubriendo cómo las palabras siendo leídas fueron escritas por ella. Por lo tanto, es ultimadamente por medio del proceso escritural que Cayetana logra cierto grado de satisfacción pese a su ser fragmentado.
Como Horacio Oliveira en Rayuela (1963) de Cortázar, siempre desgarrado entre París y Buenos Aires, Cayetana lo está a su vez entre Sanzívar y Karma Town, el lugar de origen y el hogar adoptado. Estamos aún varados en un hastío de índole modernista donde la carencia de raíces articula la presencia constante de lo bohemio, del deseo constante transformándose en indeseable una vez mitigado, mientras el sujeto porta máscaras cambiando de día a día para reinventarse cotidianamente a sí misma:
…me disfrazo, me lleno de frases ajenas, sigo educada / domesticada, haciendo lo que todos dicen que debo, recomendándome a mí misma discreción y encanto, siguiendo la norma del cómo-hacerse… (113)
Vemos a la vez ecos del Jekyll y Hyde de Stevenson en su personalidad dividida entre la bondadosa y la bestia, una lucha característicamente moderna entre el proceso disciplinando al sujeto dentro de las normas del Estado y los impulsos libidinales del cuerpo en tensión con la aspiración a la libertad. Ambos trabajan juntos con voluntad de transgredir, empujándola hacia el límite de lo indecible. La solución de Cayetana, como la de Proust, de Stephen Dedalus, del Darley de Durrell, es la de escribir. Por ello la novela es la dramatización de su proceso escritural. Como sabemos, ésta es la manera moderna de relacionarse con el mundo.
Quizás en la literatura de posguerra se transfiguran los sujetos de aquellos idealistas románticos emblemáticos de una modernidad tardía por medio de su militancia revolucionaria en alienados sujetos capaces de sobrevivir en el incipiente neoliberalismo. Ambos textos aquí analizados podrían representar un proceso de transformación pasando por una serie de etapas, desde la negación, la cólera, depresión, autodestrucción y, luego de sobrevivir a la anterior, la rendición ante su nueva situación.
Lo que está escenificado en ambas novelas es la transición de creer a no creer a sobrevivir por la mala: el escepticismo misantrópico y sus expresiones en la violencia, la violación corporal y la muerte. Esta novelística propone la articulación de la estética como espacio de metamorfosis de la subjetividad, en la cual emerge la condena del no europeo racializado de la cual habla Maldonado-Torres. Como él mismo indica, este sujeto no puede entenderse por completo sin referencia a la naturalización de la guerra (140). Devueltos por el fracaso del romanticismo utópico a la realidad de la perpetua servidumbre, esclavitud y violación corporal de los sujetos racializados, su única alternativa para afirmarse existencialmente es violentando a las mujeres de forma heterosexista, como bien lo escenifica Escudos. Por ello Madonado-Torres nos recuerda la vinculación intrínseca entre raza y género en la modernidad. Como él mismo dice, el ego conquiro es constitutivamente un ego fálico también (138).
Podemos argí¼ir que A-B Sudario apunta en una nueva dirección al desarrollar una alternativa crítica para la subjetividad femenina, transgrediendo los límites de la auto-subyugación moderna. Esto ayudaría a redefinir la subjetividad femenina como sitio de resistencia cultural y autonomía individual intentando abrirle el camino a la deconstrucción del virulento patriarcado aun atenazando la región. No por nada Centroamérica es centro mundial del feminicidio. Sin embargo, por mucho que captemos la importancia de A-B Sudario en relación a la narratividad de posguerra, del feminismo o bien de la fragmentación del sujeto, no deja por ello de ser una novela moderna.
Sin embargo, si el concepto de Aníbal Quijano de “colonialidad del poder†conjuntado con la decolonialidad como proyecto epistémico y político operando a veces como metáfora para empujar el pensamiento más allá de sus conceptualizaciones occidentalistas y eurocéntricas, proveen una nueva manera de enmarcar las problemáticas de la producción cultural y agenciamiento, entonces miremos en esa dirección para explorar el fin de la posguerra centroamericana, tomando como punto de partida la crisis de los modelos occidentales de desarrollo en el presente.
En este sentido podríamos concebir la producción discursiva maya como marcando el fin de la modernidad eurocéntrica en la región. Después de todo, cuando visualizamos la producción literaria maya, vemos la representación de una mirada singularmente diferente, no solo en Centroamérica sino en el conjunto del hemisferio. Al introducir nuevos desafíos lingí¼ísticos y representacionales en el proceso discursivo/simbólico, la producción literaria maya logra provincializar el castellano como vehículo orgánico en la constitución de los imaginarios articulados desde Bernal Díaz del Castillo, el momento fundante de la colonialidad. Por ello mismo podemos concebir la producción literaria maya como marcando el inicio de una crítica de la modernidad eurocéntrica en la región. Las representaciones literarias mayas demuestran ya un fuerte contra-discurso a la discursividad ladina (mestiza) la cual a pesar de sus transformaciones cualitativas en la segunda mitad del siglo veinte no trascendió la modernidad.
Por el contrario. La discursividad ladina aspiró a reposicionarse dentro del mencionado esquema al inclinarse en la dirección del desarrollismo como panacea para los males de la región mientras permanecía inevitablemente ajeno a los aspectos más básicos constituyendo la colonialidad. La literatura maya por el contrario ha ido rompiendo silenciosamente con la censura de sujetos indígenas subalternizados al representarlos como ciudadanos de pleno derecho y con el monopolio privativo de los letrados ladinos para crear imaginarios nacionales. La naturaleza excluyente se encuentra en el centro de las modernas disputas epistemológicas entre los regímenes de verdad y poder mayas y ladinos. La literatura maya ha encarnado la diferencia colonial al surgir con nuevos imaginarios de posguerra los cuales, por muy tentativos y económicamente precarios que parezcan ser en sus condiciones actuales, posibilitan una resistencia práctica y efectiva a la apabullante lógica de la globalización neoliberal. Los sujetos subalternos etnificados no fueron subsumidos dentro del consenso de Washington en parte porque la mirada Occidentalista, fuera que ésta proviniera de funcionarios estadounidenses implementándola o bien de las propias élites centroamericanas, los mantuvo “invisibles†a pesar de su presencia mayoritaria en Guatemala y de marcar con variada importancia el resto de los países de la región. No encajaron dentro de los límites validados de la “centroamericanidad†oficial o bien de la marginalidad tolerada por los Estados Unidos al confrontar el paradigma de la globalización neoliberal.
Como resultado, los mayas, empoderados por la guerra pese al genocidio, buscaron alternativas. Su proyecto escritural representa una disyuntiva para la construcción de potenciales sociedades postcapitalistas, postliberales y postestatistas. Estos rasgos marcarían el inicio de un proyecto epistémico decolonial con el objetivo de generar un potencial mundo decolonizado transmoderno como ya lo han señalado los teóricos del giro decolonial. Nos identifiquemos o no con los principios de la decolonialidad, no podemos negar tanto su manera de redimir la indigeneidad como la de generar un nuevo horizonte de expectativas para un potencial mundo posteurocéntrico emergiendo desde dentro de las cenizas de las historias coloniales de las Américas. La etnicidad relaciona el presente con el pasado ancestral de maneras mucho más enrevesada de lo imaginado. La narrativa centroamericana de posguerra puede representar la culminación de la prolongada crisis política de la región pero permanece aún dentro del marco tanto de la colonialidad como de la modernidad, exhibiendo rasgos coherentes con la modernidad literaria de manera tardía.
Mientras tanto, la literatura maya se descoloca de este último posicionamiento, transformando así las bases epistémicas de la culturalidad centroamericana. Pese a su irregular amalgama, el conocimiento maya ingresa en esta configuración del presente, dándole una densidad diferenciadora del horizonte de expectativas de la modernidad ladinizada.