En un artículo escrito en el otoño de 2009 para una historia de la literatura centroamericana compilada por un equipo de investigadores, afirmé que existían múltiples maneras de problematizar la literatura centroamericana de posguerra. A manera de ejemplo, cité dos alternativas, entre muchas otras posibilidades. Argumenté que esta tarea podía realizarse considerando amplios parámetros epistémicos tales como los articulados desde una perspectiva decolonial, así como por medio de una lectura más psicoanalítica que considerara la producción discursiva de la posguerra centroamericana como un tipo de proceso fracasado de luto. En aquel entonces, desarrollé el análisis. En otra conferencia en Liverpool en la primavera de 2010, acosados por la ceniza volcánica proveniente de Islandia, realicé un acercamiento inicial en dirección de los planteamientos decoloniales. Me gustaría aprovechar la presente ocasión para profundizar en esta última dirección.
Por lo pronto, comenzaré el presente artículo de una manera análoga al anterior, interrogándome sobre cómo es la producción narrativa centroamericana concebida en relación a las tendencias globalizadoras neoliberales, el capitalismo y la modernidad. Desde por lo menos 1855 cuando William Walker invadió Nicaragua, los países centroamericanos han operado en la órbita del imaginario geopolítico de los Estados Unidos. La discursividad literaria moderna del istmo ha sido, en consecuencia, una discursividad antagónica a esta hegemonía. Es por ello que la narratividad del siglo veinte invocó, de manera genérica, un pensamiento dicotómico para confrontarlo. Por un lado, se auto-constituyó como la “voz silenciada†de los sectores no hegemónicos de sus respectivas poblaciones, naciones y región geohistórica sufriendo de manera más directa el embate y las consecuencias de las aspiraciones imperialistas de los Estados Unidos. Por el otro, articularon un contra-discurso frente a las representaciones positivistas y racializadas de los sujetos centroamericanos elaborados por quienes conceptualizaron las doctrinas de ocupación estadounidense, tales como el geógrafo E.G. Squier o el historiador Hubert Howe Bancroft. En este proceso elaboraron imaginarios sociales alternativos, constituyendo historias nacionales y teleologías apuntando en dirección de la conformación de naciones-estados no hegemonizados por los Estados Unidos, cuando no confrontados con el mismo, como fue el caso del costarricense Carlos Gagini con su novela de ciencia ficción La caída del águila (1920).
De acuerdo a muchos críticos contemporáneos, la globalización es un conjunto de mecanismos para administrar, controlar y homogenizar el mundo de acuerdo a planteamientos neoliberales. Los teóricos operando dentro de la perspectiva de la decolonialidad argumentan que el poder económico y político que logra acumular Europa a partir del siglo XVI, le permite imponer su habitus como norma, idea y proyecto uni-versal para todos los pueblos del mundo. De lo anterior se desencadena el eurocentrismo, cuyo pensamiento filosófico, blanco-céntrico y masculinista articula la modernidad. Fernando Coronil propone distinguir tres modalidades de imperialismo, los cuales él denomina colonial, nacional y global:
… el imperialismo colonial consiste en el dominio de un imperio sobre sus colonias por medios fundamentalmente políticos; el imperialismo nacional caracteriza al control de una nación sobre naciones independientes por medios predominantemente económicos a través de la mediación de su Estado; y el imperialismo global identifica al poder de redes transnacionales sobre las poblaciones del planeta por medio de un mercado mundial sustentado por los Estados metropolitanos dentro de los cuales Estados Unidos juega actualmente un papel hegemónico. (Coronil, 2003, p. 12)
En esta narrativa, Centroamérica pasa a conformarse como tal en el marco secular del iluminismo europeo, vinculándose así con la colonialidad y emergencia del mundo moderno/colonial. En términos más explícitamente literarios, el giro en la terminología de Coronil, si bien iniciado desde finales del siglo diecinueve, se marcaría de manera crítica sobre todo a partir del final de la segunda Guerra mundial, fechas que corresponden con las revueltas anti-dictatoriales de Guatemala, El Salvador y Costa Rica, así como con la consolidación del poder somocista. Lo anterior implicó una conflictividad de largo alcance con los Estados Unidos en un momento de “colonialismo transnacional†(Mignolo, 725) en el cual éste último país consolidaba su hegemonía capitalista en el contexto de la guerra fría.
Si tomamos prestadas estas conceptualizaciones para nuestro análisis de la literatura centroamericana de pos-segunda Guerra mundial (frase torpe, empleada para diferenciar los 1940s de la posguerra centroamericana de los 1990s) podríamos muy bien posicionar la emergencia de la narratividad centroamericana en la cola de esta segunda etapa, aun marcada por el enfoque iluminista, pero situada en el punto en el cual el imperialismo estadounidense desplaza al norte europeo como foco de lo definido como “occidente.†Es, pues, una narrativa emergiendo aun dentro de parámetros iluministas y todavía marcada por el cosmopolitismo de los proyectos designados por Kant para articular principios de sociabilidad dentro de un marco iluminista, si bien marcada con la perspectiva crítica que inevitablemente le señala su localización geoepistémica. Emerge y se consolida como narrativa emancipadora. Pero, ¿emancipadora de qué? Desde luego que del imperialismo estadounidense en un sentido estrictamente político. Basta volver a la “Oda a Roosevelt†de Darío de 1906 para confirmar este giro que se extendió por los siguientes 80 años. Podríamos muy bien citar otros títulos de narrativas de la primera mitad del mencionado siglo tales como La oficina de paz de Orolandia (1925) de Rafael Arévalo Martínez, La sombra de la Casa Blanca (1927) de Máximo Soto-Hall, o Mamita Yunai (1940) de Carlos Luis Fallas para confirmar la mencionada tendencia. Pero, ¿era esta literatura anterior a la segunda guerra mundial verdaderamente emancipadora del marco iluminista? Pienso que no. Era una narratividad intentando conformarse y ser operativa dentro de los mismos parámetros ofrecidos por el iluminismo eurocéntrico, el cual nunca se cuestionó en Centroamérica en la primera mitad del siglo veinte con la posible excepción de Leyendas de Guatemala (1930) de Miguel íngel Asturias. Articuló imaginarios sociales sustentando sus principios, con la centralidad de la libertad, la democracia y la razón como los valores primarios de la sociedad. A la vez, pedían a gritos la emergencia de una espera pública en la cual los letrados pudieran de nuevo brillar como los legisladores no reconocidos del mundo, parafraseando a Shelley. El resentimiento de los letrados por la interferencia de los Estados Unidos en la región era sustentado por su fe en que la misma era el único obstáculo impidiéndole a las naciones centroamericanos convertirse en esos pequeños estados-naciones de fantasía donde todo funcionaría como un relojito, de acuerdo a los románticos imaginarios sociales articulando el potencial de la región, elaborados y publicados por José Cecilio del Valle (1780-1834) o Mariano Gálvez (1794-1862), para nombrar tan sólo a dos letrados de los 1820s y 1830s. La autoimagen de Costa Rica como la “Suiza de Centroamérica†sería en este caso un tropo apto para nombrar el horizonte de expectativas imaginarias de la región hacia mitad de los 1950s.
De acuerdo a los mismos teóricos previamente aludidos, el tercer diseño global, explícitamente asociado con el “colonialismo transnacional†de los Estados Unidos, y en el cual también se construye un nuevo ordenamiento epistémico y lingí¼ístico afectando al conjunto de la región, es el que impacta las guerras civiles centroamericanas. Es en este momento en el cual la literatura europea del alto modernismo—Joyce, Proust, Mann—le ceden su lugar a los norteamericanos: Faulkner, Hemingway, Dos Passos, entre otros. Sin embargo, esta misma etapa se desliza de una fase desarrollista, articulada en sus inicios con la creación tanto de Naciones Unidas como de sus expresiones económicas, entre las cuales sobresale la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, fase que hegemonizó el horizonte regional desde los 1950s hasta los 1970s, hacia una nueva etapa neoliberal emergiendo a partir de los 1980s, la cual a su vez señala la crisis de la modernidad. Si la narratividad regional comúnmente asociada con el período “guerrillerista†1960-1990 consistió de discursividades luchando por nadar a contracorriente del desarrollismo estados unidos-céntrico, a pesar de localizarse dentro de la vasta amplitud de esta misma etapa desarrollista, entonces podríamos argumentar que la narrativa de posguerra corresponde a su fase neoliberal. Por ello es llamada a ofrecer pautas para potencialmente transformar las dimensiones de la lucha contra, o bien describir, las consecuencias implícitas de las políticas neoliberales en la región. En esta lógica, el período de la posguerra centroamericana concluiría en teoría cuando surgieran alternativas al neoliberalismo, y éstas comenzaran a permear los imaginarios sociales de la región.
Veamos estos argumentos con mayor cuidado. No hay necesidad, en este punto, de revisar la herencia del iluminismo en la conceptualización de la federación centroamericana, cuya disolución fue seguida de la aparición de estados-naciones en miniatura resultando de las guerras civiles liberales-conservadoras de los 1830s. Basta con referirnos a las lecturas de José Cecilio del Valle y otros letrados configurando los imaginarios sociales de la mencionada época. En otro artículo subrayé ya la relación existente entre Del Valle y el filósofo británico Jeremy Bentham, así como con el naturalista alemán Alexander von Humboldt, cuyas ideas auxiliaron a Del Valle en la configuración de lo que debería ser la federación centroamericana. Sabemos también que con el inicio de la guerra fría, las relaciones Estados Unidos-Centroamérica se tensaron como resultado de la colisión del proyecto modernizador nacionalista de Guatemala con los intereses de la United Fruit Company, conduciendo a la invasión del mencionado país en 1954. Lo que me interesaba más en este momento era explorar cómo nociones inter-relacionadas del ser, de la autonomía y de la emancipación emergieron dentro de grupos literarios centroamericanos en la etapa desarrollista del tercer diseño global, y cómo estas nociones se transformaron en el período neoliberal.
No es necesario agregarle mucho a las nociones de desarrollismo vinculadas a las representaciones de los imaginarios sociales que no hayan sido ya argumentadas por María Josefina Saldaña-Portillo. Recordemos que Saldaña-Portillo afirma que los desafíos revolucionarios al capitalismo y el colonialismo en América Latina durante el siglo veinte fracasaron en resistir—y en realidad estaban relacionadas constitutivamente con—las narrativas desarrollistas justificando y naturalizando el capitalismo pos-segunda Guerra mundial. Su crítica al discurso desarrollista cayó sobre discursividades canónicas del pensamiento y prácticas políticas como las del “Che†Guevara, el primer gobierno sandinista, y la guerrilla guatemalteca. Saldaña-Portillo sugiere que para cada una de éstas conceptualizaciones, parámetros desarrollistas enmarcaron la lucha revolucionaria como movimiento heroico transitando de la inconciencia a la inconciencia, del atraso infantil a la madurez disciplinada y auto-consciente cuya meta era, sin embargo, la constitución de un estado-nación “desarrollado†de acuerdo con los parámetros capitalistas modernos.