Vivimos en una sociedad con violencia que aqueja a toda la población guatemalteca, cuando nos referimos a este fenómeno se considera la lucha contra las maras, el narcotráfico, el género, la pobreza, es decir, en especial a factores sociales, políticos y económicos. Pero observemos cómo interactúan las personas a nuestro alrededor, miremos a la /el oficinista del sector público o privado, a secretarias, a gobernantes, policías, vigilantes, personas en vehículos o peatones, padres, madres e hijos/as, parejas, entre otras, y también nuestra propia conducta.
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Con mucha frecuencia encontramos prepotencia, no importa cuanto poder tenga la persona, pero si el momento le posibilita su uso, existe una especie de encantamiento para ejercerlo. Haciéndose esperar, no considerando el sentir de las otras personas, intimidando, amenazando, gritando. A veces todo resulta muy sutil, en otras oportunidades se mira de manera clara.
La conducta prepotente es aquella que expresa abuso e irrespeto hacia el ser humano y hacia la naturaleza y el mundo en que vivimos. Que busca demostrar superioridad y dominio sobre otras personas. Constituye una expresión de violencia que puede darse en cualquier ámbito social (Relación con la familia, relación entre géneros, relaciones de trabajo, en las escuelas, entre pares, gobernantes/gobernados).
La prepotencia y arrogancia son síntomas del narcisismo, que constituye una enfermedad tanto psicológica como cultural. En el plano individual a los y las narcisistas les preocupa más su apariencia que sus sentimientos, los cuales no aceptan si contradicen su imagen deseada; con tal de lograr lo que se proponen no les interesa el bienestar de los demás, son fríos, calculadores, manipuladores, seductores, egoístas, se encuentran centrados para sí, es importante hacer notar que el narcisismo individual corre paralelo al cultural, el /la individuo moldea la cultura según su imagen y a su vez la propia cultura le moldea.
Lowen refiere que: «Desde el punto de vista cultural, se puede entender el narcisismo como una pérdida de valores humanos, ausencia de interés por el entorno, por la calidad de vida, por las demás personas. Y una sociedad que sacrifica su medio natural para obtener dinero y poder, no tiene sensibilidad para las necesidades humanas. La proliferación de cosas materiales se convierte en la medida del progreso vital, y el hombre se opone a la mujer, el trabajador al empresario, el individuo a la sociedad. Cuando la riqueza material está por encima de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la propia cultura está sobrevalorando la «imagen» y hay que considerarla como narcisista».
El narcisismo denota un grado de irrealidad en el individuo y en la cultura que orienta a lo psicótico. Hay algo de locura en una pauta de conducta que sitúa el logro del éxito por encima de amar y ser amado. Hay algo de locura en una persona que no conecta con la realidad de su propio ser -su cuerpo y los sentimientos que se derivan de éste. Y hay también algo de locura en una cultura que contamina el aire, el agua, y la tierra, en aras de alcanzar un nivel de vida «más alto». Existiendo contradicciones entre el discurso expuesto por sus miembros y la realidad, de tal manera que encontramos personas sin escrúpulos que se atreven a hablar de derechos humanos, de paz, de honestidad y del bienestar común.
El énfasis de este artículo estriba en la posibilidad de reflexión sobre la conducta personal de cada miembro de la sociedad, incluyendo gobernantes y gobernados, que se constituya en la factibilidad de realizar un viraje interior, que de manera conjunta permita el establecimiento de un nuevo devenir social. No significando esto que hemos de ver de manera simplista la expresión y el abordaje del fenómeno de violencia social, sino que, también hemos de encontrar y desarrollar aspectos personales para poder combatirla.