Sus pequeños pies no daban para más. Estaba agotada, pero las palomas del Parque Central que revoloteaban llamaban su atención de niña y lograban distraerla por algunos segundos.
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No alcanzaba a comprender por qué tanto alboroto. Los jaloncitos en la ropa de mamá, que en otras circunstancias surtían efecto, ahora demoraban más. Intentar hablar quedaba descartado, su pequeña voz ni ella misma la escuchaba; mamá y todas las personas que estaban ahí gritaban algo que tampoco podía comprender. Algo relacionado con un tío, una tía, quizá el abuelo o abuela que no conoció.
Su pequeña razón únicamente le reclamaba que para continuar necesitaba un poco de agua, aquella que, recordaba, mamá había guardado para la jornada en una bolsa de plástico transparente, que por fin, tiernamente cediendo, depositó sobre su boquita. Pero mamá no estaba bien, para ella las cosas tampoco estaban claras.
Mientras daba de beber a la pequeña, que agradecía el gesto con una tierna mirada, ella parecía divagar. ¿Qué necesita mamá?
Su mamá al igual que mi mamá, forman parte de los cientos de víctimas del conflicto armado interno que dejó 200 mil personas muertas, 45 mil desaparecidas, cerca de 50 mil sin su cónyuge, un sin fin de huérfanos, millares de desplazados, y cientos de familiares, amigas y amigos devastados por el horror de la guerra interna.
Su historia, al igual que la mía, está marcada por políticas institucionales que bajo la orden de fuego arrebataron de nuestras casas a los seres queridos.
Somos parte de la generación post conflicto, que si bien, no vivimos en carne propia la brutalidad de la guerra, sus secuelas sí. Crecimos y crecemos en un ambiente dominado por el miedo, el terror y el silencio, donde el acceso a la verdad es negado e incluso borrado de los libros de historia, dónde se continúa el privilegio y la protección para quienes asesinaron.
Pretender que las cosas queden resueltas con la apertura de «los archivos secretos» no es suficiente, se necesita dignificación y justicia que no venga únicamente de procesos internacionales.
El resentimiento no es la herencia. Siguen vivos los ideales de hombres y mujeres que pensaban diferente, que no callaron y trabajaron hombro con hombro para sacar adelante a su comunidad, porque sabían que amar, luchar y defender al prójimo es lo correcto.
La consigna es seguir con el combate, preparándonos académica y científicamente para lograr un mundo solidario donde «de cada cual según sus capacidades, y a cada cual según sus necesidades».