Murió Julien Gracq, un espí­ritu libre de la literatura francesa


Nacido en el seno de una familia de comerciantes establecida hace siglos en el centro de Francia, el escritor francés Julien Gracq murió el sábado a los 97 años de edad, después de cultivar una obra culta y refinada, libre de ataduras de ningún tipo.


Gracq era el seudónimo literario de Louis Poirier, autor de «El mar de las Sirtes» (1951) –su obra más célebre– y «Las aguas estrechas» (1976), entre otras.

El escritor fue hospitalizado a principios de la semana después de sentirse mal en su casa de Saint-Florent-le-Vieil (oeste), donde habí­a nacido el 27 de julio de 1910, según fuentes de su entorno.

Fue toda su vida «un escritor para iniciados, cuyos escritos simbólicos y mágicos revelan secretos perdidos», resumió en su dí­a Bernhild Boie, que editó la obra completa del escritor para la prestigiosa colección La Pléiade.

Autor de 19 obras entre novelas, poemas, ensayos, obras de teatro y crí­ticas, Gracq recorrió desde el romanticismo alemán hasta lo fantástico y el surrealismo.

Egresado de la Escuela Normal Superior en 1930 con especialización en historia y geografí­a y licenciado en Ciencias Polí­ticas, con una carrera hecha en varias escuelas secundarias de Francia, Gracq decí­a que habí­a elegido ese apellido «por razones de ritmo y sonoridad».

Toda su carrera literaria, y sus apuestas vitales y profesionales, se desarrollaron de la misma forma: por decisiones puramente individuales, alejadas del éxito fácil, la fama o incluso del contacto regular con sus semejantes.

Al final de su vida, Gracq cultivó una reputación de ermitaño, recluido en su casa, sin conceder entrevistas.

Fue en 1938 cuando publicó su primer libro, «En el castillo de Argol», una novela del editor y librero José Corti, con quien permaneció toda su vida.

En 1939, tras conocer a André Breton, jefe del surrealismo, Gracq adhirió a ese movimiento pero se alejó de él con bastante rapidez.

Ese mismo año también abandonó el Partido Comunista francés, en el que habí­a ingresado tres años antes.

Con una perfección de estilo que por momentos rozaba con la preciosidad, Gracq fue también un panfletario en un artí­culo titulado «La literatura en el estómago» (1950), en la cual estigmatizaba las costumbres literarias.

Poeta en «Gran libertad» (1947), crí­tico en «Preferencias» (1967) y novelista en «La pení­nsula» (1970) y por supuesto en «Un beaux tenebreux» (1945) y «Un balcón en el bosque» (1958).

Reticente a los honores, en 1951 rechazó el Premio Goncourt con el que fue distinguido por «El mar de las Sirtes».

Nunca fue editado en libros de bolsillo, sus obras fueron ediciones limitadas, hecho que no impidió que adquiriera un inmenso prestigio.

«La única literatura necesaria es siempre una respuesta a lo que no ha sido aún preguntado», dijo en una ocasión.

El escritor no dudó en su momento en rechazar incluso una invitación del presidente Franí§ois Mitterrand, que recibí­a en el Elí­seo a la Reina de Inglaterra.

Y sin embargo, «era de una modestia y de una cortesí­a de otro siglo. Nada que ver con la fama de carácter salvaje que le imputaban», explicó este domingo una de sus vecinas, Franí§oise, de 78 años.

«Me falta algo de mezcla», confesó en su obra «A lo largo del camino», publicada en 1992, en la que confesaba provenir de una familia cerrada, de la que heredó «el conservadurismo de las costumbres e incluso el gusto de decir no».

El presidente francés Nicolas Sarkozy saludó este domingo en un comunicado a un escritor que «lejos de modas y cí­rculos mundanos, construyó un pensamiento original y una obra poderosa».