Murió Carlos Montemayor


La portada de hoy del periódico mexicano La Jornada dedicó por completo a la muerte de Montemayor. FOTO LA HORA: LAJORNADA.UNAM.MX

El ensayista y novelista Carlos Montemayor, en cuya obra predominaron los temas indí­genas y las guerrillas, murió la madrugada de este domingo ví­ctima de un tumor en el estómago que lo aquejaba desde hací­a cuatro meses, informó su casa editorial.


«Con profundo dolor, confirmamos que la madrugada de ayer falleció el novelista, ensayista, traductor, poeta y promotor de las letras indí­genas, Carlos Montemayor», nacido hace 62 años en Parral, una ciudad del sur de Chihuahua (norte), dijo en comunicado de prensa, Random House Mondadori.

El escritor, que falleció en un hospital de la capital mexicana en compañí­a de sus familiares, fue hasta hace poco el vocero de la comisión de mediación entre el gobierno mexicano y el Ejército Popular Revolucionario (EPR).

También es el autor de la novela «Guerra en el paraí­so» (1991), en la que narra el desarrollo de la guerrilla de Lucio Cabañas, en la década de 1970 en Guerrero (sur).

Montemayor fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, de la Real Academia Española y de la Asociación de Escritores en Lenguas Indí­genas y recibió diversos reconocimientos, entre ellos el premio Internacional Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional y el Xavier Villaurrutia, así­ como Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009.

SU MUERTE

El escritor Carlos Montemayor, premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, falleció, tranquilo y sin sufrimiento, este domingo a las 3:35 de la madrugada, luego de ardua batalla contra el cáncer que lo aquejó los últimos meses. Estuvo siempre acompañado por su familia: Susana de la Garza, esposa; Victoria, Alejandra, Jimena y Emilio, sus hijos.

De acuerdo con sus deseos, no se realizaron funerales, fue cremado ayer mismo y sus cenizas llevadas por la tarde a la Academia Mexicana de la Lengua, donde recibió una emotiva despedida de colegas, amigos, familiares y, sobre todo, de aquellos que compartieron con él sus ideales.

Escritor, ensayista, poeta, tenor, puntual crí­tico de la polí­tica social y cultural del paí­s, nació el 13 de junio de 1947, en Parral, Chihuahua, donde desde la infancia cultivó gran amistad con escritores como Ví­ctor Hugo Rascón Banda (1948-2008) e Ignacio Solares, quien suele recordar la anécdota de un pulcro niño Montemayor que llegaba a jugar con ellos, con un par de relucientes pistolas de juguete, negándose a hacer pasteles de lodo y pidiendo en cambio: «Â¿no tienen un poco de ese material masticable que tienen en la boca que me conviden?», en lugar de «chicle».

«Este cuate seguro será académico de la lengua», bromeaban entonces sus amigos. No se equivocaban. Su pasión por la sonoridad no sólo del habla castellana, sino de los diversos idiomas indí­genas de América, llevó al ensayista a ocupar un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua, en la Real Academia Española y a ser un incansable promotor de la poesí­a maya, zapoteca, náhuatl, guaraní­ y totonaca, entre otras.

REFERENTE DE ANíLISIS SOCIAL

Estudió la licenciatura en derecho y la maestrí­a en letras iberoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se inscribió en estudios orientales en El Colegio de México.

Fue catedrático en la Universidad Autónoma Metropolitana. Su vocación por difundir sus hallazgos literarios lo llevó a publicar en la revista El Tiempo; en Diorama de la Cultura, del periódico Excélsior, en Revista de Bellas Artes, y en Revista de la Universidad de México.

Sus novelas, crónicas y ensayos acerca de diversos movimientos sociales son referente para analizar el contexto y la actualidad en torno a fenómenos como las guerrillas y los levantamientos indí­genas. Entre esos tí­tulos se encuentran: Chiapas, la rebelión indí­gena de México (1998); La guerrilla recurrente (1999); Rehacer la historia (2000).

En cuentos como Las llaves de Urgell (1971), Premiá (1983), Diana (1990), y en ensayos como Los dioses perdidos (1979) y El oficio literario (1985), aborda de manera puntual la vida y problemáticas indí­genas.

En 1980 Carlos Montemayor, también amante cultivador del bel canto, se sintió fascinado por la dimensión cultural, polí­tica y social de las lenguas indí­genas, en las que descubrió similitudes tanto métricas como vocales con el griego clásico.

«Para mí­ fue deslumbrante, pues en lugar de hacer deducción teórica me permití­a enfrentarme con lenguas vivas, por ejemplo el zapoteco, una de las más melódicas y musicales por sus estructuras tonales y silábicas», expresó en diciembre pasado en entrevista con La Jornada.

En aquellos años, el narrador participó en el proyecto que tení­an en la Dirección General de Culturas Populares (dependiente de la Secretarí­a de Educación Pública) respecto del trabajo en comunidades indí­genas.

En 2007, el Fondo de Cultura Económica publicó el primer volumen de sus Obras reunidas, en el cual se incluyen dos de sus novelas más emblemáticas: Guerra en el paraí­so (1991) y Las armas del alba; en la primera narra las vicisitudes de Lucio Cabañas.

ACTIVISTA Y LUCHADOR

Cuando joven, Carlos Montemayor presenció en su natal Chihuahua «la fuerza de un movimiento campesino que se extendí­a por todo el estado y que abarcaba algunas zonas de Durango y Sonora. La mayor parte de los lí­deres campesinos eran de la sierra; algunos, profesores normalistas rurales que trabajaban muy activamente en la gestión ante las autoridades de la Reforma Agraria», relató a este diario.

Agregó que «a principios de los años 70 algunas compañí­as privadas dieron inicio a una serie de despojos de tierras que provocó la reacción inmediata de los campesinos y paulatinamente la conformación de una fuerza organizada. El mayor contingente formó parte de la Unión General Obrero Campesina de México, que en ese momento dirigí­a Jacinto López.

«Estas movilizaciones en defensa de predios y contra las invasiones fueron creando un clima de tensión social muy importante en Chihuahua. Cuando era adolescente, en Parral y en las regiones cercanas a mi ciudad, llegué a conocer el movimiento.

«Cuando me fui a estudiar a la Universidad de Chihuahua, entré en contacto con los cuadros polí­ticos y frentes campesinos que me permitieron conocer más de cerca este proceso social. En esa época varios amigos mí­os, muy jóvenes, se radicalizaron y tomaron las armas.

«Ellos constituyeron el primer movimiento guerrillero en México después de la revolución cubana. Desarrollaron varias acciones, que narró en Las armas del alba. La acción armada más notable de ellos ocurrió el 23 de septiembre 1965; esa mañana intentaron tomar por asalto el cuartel militar de Ciudad Madera.

«Desde hací­a más de un año yo radicaba en la ciudad de México, por lo que desconocí­a que ellos habí­an entrado en la clandestinidad. Cuando me enteré del ataque y vi las fotos de algunos cadáveres de mis compañeros me sacudí­, pero sobre todo, me estremeció el tipo de información oficial sobre ellos: los trataron de gavilleros, de delincuentes, de pistoleros, de robavacas.

«Eso fue lo que más me afectó, porque a mí­ me constaba su honestidad, su limpieza, su integridad, su militancia, su generosidad. Esta impresión de cómo una versión oficial puede destruir tan brutalmente la verdad de la vida humana me marcó para siempre.»

Así­ surgió el compromiso de Montemayor de contrastar las versiones oficiales con las realidades social y humana, tanto como analista polí­tico en artí­culos publicados los años recientes en La Jornada, y como investigador e historiador.

El también traductor se definí­a como «especialista en cuestiones clandestinas», también por su interés en la cultura clásica, latinista y helenista, «temas que no le interesan a nadie, pero que están en el subterráneo de nuestra cultura occidental. Las cuestiones indí­genas son también algo oculto y subestimado, y los movimientos guerrilleros están también en el subterráneo de la conducta social, de manera que puedo decir que tengo vocación por la clandestinidad, cultural, literaria y social».

Como activista polí­tico y luchador social jugó un papel relevante. En este ámbito, su más reciente participación fue como integrante de la extinta Comisión de Mediación entre el gobierno federal y el Ejército Popular Revolucionario, para investigar el paradero de dos desaparecidos polí­ticos.

SUS íšLTIMAS OBRAS

En diciembre recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura y Lingí¼í­stica. A falta de un discurso oficial de los galardonados, la prensa rodeó durante la premiación a Montemayor para que hiciera un breve diagnóstico sobre el clima social y polí­tico que vive el paí­s.

El escritor respondió: «México vive en un estallido constante, en el que la pobreza, la inestabilidad, el desempleo, la desnutrición, el crimen organizado están armando un paí­s indeseable para todos; en 2010 solamente pueden empeorar las cosas».

-¿Prevé alguna alianza entre fuerzas criminales (el narco) con grupos de lucha social? -se le preguntó.

-No, ninguna. Son mercados distintos, son objetivos distintos, organizaciones diferentes, dinámicas totalmente divergentes.

-¿Ningún riesgo?

-Ningún riesgo en especial, más que los que tenemos ya, que son el desempleo, la miseria, la depresión, el empobrecimiento. í‰sos son los graves riesgos que estamos viviendo y que no hemos podido solucionar.

Respecto de los planes que tení­a el poeta, habí­a bromeado con que comprarí­a (con el monto de su premio) un rancho y cabezas de ganado en su tierra de Chihuahua, «para no hacer nada más que ponerme a escribir».

Un par de discos donde hace gala de su voz de tenor que serán editados en breve, y el nuevo libro La violencia de Estado en México, del cual La Jornada ofreció un adelanto el viernes pasado (y que comienza a circular en librerí­as mañana martes), así­ como la novela Las mujeres del alba (todaví­a sin fecha de publicación), son los trabajos más recientes con los que Carlos Montemayor se despide de una sólida, plena y vigorosa vida intelectual.