«Mundialito» en México de chicos de la calle para alejarlos de las drogas


La sede es un deteriorado estadio en un barrio de la Ciudad de México, los competidores son andrajosos niños y jóvenes de la calle y los organizadores son entusiastas miembros de asociaciones civiles que con su peculiar «Mundialito» deportivo buscan alejar a los chicos de la droga.


«Este «Mundialito» lo celebramos desde hace 16 años, son niños y jóvenes que viven en albergues o en situación de calle que participan en competencias. Lo que buscamos es modificar su estilo de vida, alejarlos sobre todo de las drogas», dice José Vallejo, de la fundación Renacimiento.

Desde el lunes y durante tres semanas, unos mil 300 participantes de seis hasta más de 30 años, de ambos sexos, participan en esta contienda deportiva en pruebas de atletismo de campo y pista, voleibol, basquetbol y, por supuesto, el futbol, el que más entusiasmo desata.

La mañana está soleada, la pista y el campo están algo lodosos y en algunas partes encharcados por la lluvia de la noche anterior, pero poco importa a los entusiastas competidores que esperan en medio de gritos y empujones su turno para lanzar la bala o el disco.

Las estrellas de la contienda son «El Chiquilí­n», «El Zorrillo», «La Piedra», «El Mariposa, «El Japonés» o el «El Chino», que hacen movimientos de calentamiento para conseguir su mejor tiro y algunos de ellos, discretamente, inhalan un trozo de tela empapado de pegamento.

«Nos damos cuenta de que sacan la droga aquí­, se las quitamos a algunos, pero la adicción no se cura de la noche a la mañana, es un proceso. Lo que queremos es que socialicen con otros chicos, que establezcan lazos, metas tal vez en el deporte y convencerlos de ir a una casa hogar, que dejen la calle», añade Vallejo.

Alfonso Velázquez, de 32 años y conocido como «El Japonés» por sus rasgos orientales, es de los veteranos del «Mundialito», al que acude desde hace siete años para convivir, competir y comer el sándwich, la fruta y el jugo que reparten los organizadores y que es, para muchos, el mayor atractivo del evento.

«Yo soy adicto desde hace años, y a pesar de que ando drogado no ando haciendo maldades, no hago daño a nadie», comenta «El Japonés» al reconocer que no quiere dejar la droga porque «ya es parte» de su vida, ni irse a vivir a un albergue porque es «100% callejero».

Marí­a Isabel, de 22 años, observa algo retraí­da las competencias, contesta con monosí­labos, dice tener «mucho miedo» de irse a vivir a un albergue y reconoce que también consume droga «para no tener frí­o, hambre y olvidar todos los problemas» de vivir en la calle.

«Los chavos de la calle son chidos (simpáticos), muchos nos los quieren porque se drogan, pero son buenos cuates» (amigos), comenta mientras abraza al «Japonés» y le sonrí­e a Isabel un chico de 15 años, íngel Flores, que vive en una casa hogar.

Juan Carlos Juárez, de 32 años, uno de los más feroces lanzadores de disco, reclama furioso «Â¡pinche puto no fue faul!» cuando invalidan su lanzamiento; encabeza un conato de bronca pero se tranquiliza cuando le cuelgan un silbato y lo nombran juez e instructor de la justa.

«Lo que quiero es con el deporte dejar de a poquito la droga, quiero salir adelante, en dos semanas me rento un cuartito y ahora sí­ dejo el chemo (inhalante)», dice Juan Carlos antes de irse a enseñar, con mucho estilo, cómo se toma y se lanza el disco.

En el triángulo de lanzamiento, donde no faltan los tiros fallidos que dejaron al menos un descalabrado, arrecian los gritos de «Â¡cámara Chiquilí­n, aviéntala machí­n!» (con fuerza) para animar a uno de los finalistas, que de quedar entre los tres primeros lugares se llevará su medalla y diploma.

Los cerca de 80 medallistas que dejará el «Mundialito» tendrán también como premio un viaje a Tecolutla, un sitio de playa en el estado de Veracruz (este), para un campamento de desintoxicación a base de acupuntura y psicoterapia y participar en el rescate de huevos de tortuga.